«Hasta el final no me gustaría coger las armas. Creo que yo no sería muy útil. Tiene que ganar la diplomacia». Lo dice Vladimir, de 28 años, con dos hijos y otro en camino. A todos los sacó de Kiev y ahora están en Polonia. No creyó que la invasión pudiera ocurrir y dadas las circunstancias decidió regresar a la capital para ayudar. Ahora es un voluntario que reparte comida por los domicilios de las personas que lo necesitan. Entre ellas, las que tienen movilidad reducida y no pueden ni bajar a los refugios como Anna, una profesora de Historia jubilada de 82 años que vive en un 5º piso. No baja al refugio cuando suenan las sirenas antiaéreas porque tiene movilidad reducida al igual que otros muchos octogenarios de su edificio. Vladimir les trae la comida cada día en su vehículo. Este voluntario es taxista. Explica que decidió esta profesión porque le permitía conciliar con su vida familiar con sus dos hijos pequeños. Como los restaurantes están cerrados, muchos cocineros hacen la comida para los que no pueden salir de sus domicilios. Anna explica con pasión que siempre quiso aprender a bailar flamenco. Recuerda que su tío era piloto militar en España y destaca los lazos entre Ucrania y España. «Considero inadmisible lo que está ocurriendo. Antes los que luchaban eran los militares no el pueblo. La ciudad se ha convertido en el teatro de los combates. No sé cómo podemos soportarlo. Rusia siempre decía que era nuestro hermano mayor. ¿Acaso los hermanos se comportan así? Este es un problema global, de toda la humanidad», reflexiona. «Todos los que están aquí ayudan, Si todos se marchan, ¿quién cuidará de nosotros?», pregunta. Anna explica que nunca pensó que esto pudiera pasar. Cada vez hay menos comida y medicamentos. Falta sobre todo fruta y carne. Las colas de los supermercados son menores porque numerosos estantes están vacíos. Los víveres llegan a Kiev gracias a los conductores que se arriesgan a hacer la ruta y a la acción de Cruz Roja. Yana tiene 80 años, movilidad reducida y una pulmonía. Sin la ayuda de Katia, su vecina de 50 años y de otros voluntarios en la ciudad no podría acceder ni a comida ni a medicinas. Es la realidad de numerosas personas vulnerables en Kiev que pueden seguir adelante gracias a la generosidad y colaboración de los más cercanos.