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La foto de una mano tendida en el suelo junto a una maleta gris: así se enteró Sergei de la muerte de su familia en Irpín

Tatiana y sus dos hijos fallecieron en Ucrania por un bombardeo ruso en Irpín. Su marido se enteró de la muerte de su familia al ver las imágenes en Twitter

Seryi Perebinis se enteró por un tuit del New York Times que su mujer y su hijo y su hija habían muerto. Distinguió en una de las maletas abiertas pantalones de chándal, camisetas, calcetines infantiles. / Diego Herrera/Europa Press via Getty Images

Madrid

Tatiana Perebinis tenía 43 años. Vivía en Kiev. Su marido se fue al este a cuidar de su madre enferma y Tatiana se quedó con sus dos hijos: un chico de 18 años y una niña de 9. El día en que una bomba cayó en su edificio, en su casa, bajaron al refugio. La cosa fue a peor y la madre decidió que tenían que salir. Pero pasó un tanque por la calle y se asustó. Al día siguiente cogieron el coche. Cuando la carretera se cortó llegaron hasta la ciudad de Irpín a pie.

Que no nos falle nunca la memoria

En Irpín miles de personas, sin espacio apenas, fueron a refugiarse bajo un puente. Rusia bombardeó ese puente. Familias enteras. El padre intentó localizar por teléfono a los suyos. Llamó a su mujer, Tetiana. Llamó a su hijo. Llamó a su hija. Luego vio en un tuit la imagen que todos vimos: una mano tendida en el suelo junto a una maleta gris. ¿La recuerdan? Había tres cuerpos.

Sergei Perebinis se enteró por un tuit del New York Times -que es quien publica hoy esta historia- que su mujer y su hijo y su hija habían muerto. Distinguió en una de las maletas abiertas pantalones de chándal, camisetas, calcetines infantiles.

Seryi Perebinis se enteró por un tuit del New York Times que su mujer y su hijo y su hija habían muerto.

Seryi Perebinis se enteró por un tuit del New York Times que su mujer y su hijo y su hija habían muerto. / Diego Herrera/Europa Press via Getty Images

El miércoles, en Mariúpol, bombardearon una maternidad. Bombardearon un hospital infantil mientras estaba en vigor un alto el fuego. Ucrania no tiene dudas de que es Moscú.

Mariupol, la puerta al mar de Azov, lleva días sin comida, sin agua, sin medicinas, sin calefacción y sin luz. Putin ha optado por la atrocidad y admite aquí la ministra de Defensa que esta guerra que Rusia quería relámpago igual se alarga. Putin quiere que Ucrania ceda a base de terror. Y quizá la opinión pública internacional se acabe cansando de mirar. Ha pasado otras veces: que dejemos de mirar. Que la guerra canse. Y tan relevante, o más, que lo que podamos hacer con el termostato de la caldera, es que no nos falle nunca la memoria.