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Óptica en furgoneta por pueblos de Tierra de Campos

Nos subimos a la furgoneta de un óptico que va de pueblo en pueblo graduando la vista y vendiendo gafas

Óptica en furgoneta por pueblos de Tierra de Campos

Óptica en furgoneta por pueblos de Tierra de Campos

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Y mientras los focos informativos apuntan a Ucrania y Rusia, las vidas corrientes siguen su curso. Asomémonos por un momento a esos pequeños pueblos de Tierra de Campos (en Palencia, Valladolid, Zamora y León) donde aparentemente no pasa nada.

Nos subimos a la furgoneta de un óptico que va de pueblo en pueblo graduando la vista y vendiendo gafas.

La historia de Daniel

Daniel Paniagua, 37 años, estudió Grado de Óptica y Optometría, se casó con María, la chica del otro lado de la calle, viajaron a Perú, durante dos años vendieron ambulancias en Lima, regresaron, se instalaron en la ciudad de Valladolid y volvieron al pueblo del que habían salido.

El mes de diciembre de 2020, en plena pandemia y después de 14 años sin ejercer, Daniel abrió una óptica en los bajos de la casa de sus padres, en Mayorga.

Como cada mañana, Daniel, que antes ya ha llevado a su hija Mencía a la guardería, recoge el material necesario, despliega la rampa trasera de la furgoneta y carga. Mayorga está al noroeste de la provincia de Valladolid, en la comarca de Tierra de Campos. Hace frontera con León. Según el último censo no llega a los 1500 habitantes. “Lo que pasa es que una óptica en un pueblo de 1500 habitantes no hay. Si no se le ha ocurrido antes a alguien es por algo. No hay negocio. Entonces la idea es ampliar lo que estaba haciendo con más pueblos y juntas seis o siete mil habitantes alrededor del mío".

Los martes, conduce la furgoneta hasta Villalón de Campos, los miércoles hasta Villada, los jueves va a Villarramiel y espera permiso para ir también a Valderas (León) y Villalpando (Zamora). “Tú vas andando a la óptica o al dentista o a donde sea, pero hay muchos sitios donde no es así. No, ya es que no vayas andando, es que no vas, no puedes ir. No tienes cómo ir, no hay medios de transporte, no hay nada. Habrá mucha gente que no tiene familia, que sus hijos no les pueden llevar y acaban dejando de hacer muchísimas cosas, cocinar, andar con soltura en su casa, simplemente porque no tiene una óptica cerca".

Daniel ha puesto al negocio el nombre de GAFASVAN, pero no puede ni debe decir que es un óptico ambulante. “No digas ambulante porque me escucha la Consejería de Sanidad de Castilla y León y me llama pasado mañana. Uno de los principales impedimentos del servicio es que las gafas graduadas, como es un producto sanitario (no las de sol), no se puede vender fuera de los establecimientos sanitarios. Es como el paracetamol, que lo tienes que vender en una farmacia. Las gafas las tienes que vender en una óptica. Mi idea original era hacerlo en un camión, pero ahí estaba la ley para decir que no se podía hacer en un camión. Tú tienes que tener un establecimiento físico. Entonces tengo diferentes locales con una licencia sanitaria en cada uno. Es decir, ahora mismo tengo cinco ópticas. Soy un potentado del mundo de la óptica. Al final son unos locales que los ayuntamientos me han cedido o alquilado dependiendo de lo que haya en cada sitio. Yo los ocupo tres horas a la semana, de diez a una. Voy, bajo las cosas y me las vuelvo a llevar. La única diferencia con las ópticas tradicionales es que, yo las cosas no las tengo allí. Las llevo y las traigo".

El óptico Daniel Paniagua con su furgoneta

El óptico Daniel Paniagua con su furgoneta

El día en que acompañamos a Daniel es miércoles. Viajamos hacia Villada, provincia de Palencia... Durante el trayecto atravesamos y dejamos a un lado los pueblos de Villalba de la Loma (46 habitantes), Cabezón de Valderaduey (41), Villagómez la Nueva (63), Vega de Ruiponce (85), Santervás de Campos (110) y Zorita de la Loma (5 habitantes). “A lo mejor en una carretera principal hay transporte público, pero aquí no pasa ningún bus y hay gente muy mayor y sus hijos viven en la ciudad, no les pueden traer... Yo, por ejemplo, lo que hago ahora es que el taxista de mi pueblo lleva y trae a la gente. Al final, el que no tiene medio de transporte y vive en este pueblo de 30 habitantes le da igual que esté a 8 kilómetros que a 100. No va a ir. Si a mí me permitieran venir aquí, pues ese señor podría tener gafas, pero no tiene manera de llegar. Es uno de los grandes problemas del medio rural”.

Entramos en el pueblo de Villada, 897 habitantes. El alguacil le indica donde aparcar. Es día de mercado y hay más movimiento. No es una casualidad, Daniel hace coincidir las salidas con los mercadillos. - “Y ahora a descargar” - Arrastra por la rampa y por la acera el instrumental necesario. Son varias cajas, adaptadas para facilitar la instalación de una óptica en diez minutos. Lo último que baja son las vitrinas de metacrilato donde expone las monturas. - “Cincuenta de hombre, cincuenta de mujer y de sol llevaré treinta”

Tiene reservada una sala en el centro socio cultural de Villada. - “Este es el bar del jubilado de todos los pueblos” - Dejamos a un lado la barra del bar, actualmente en desuso. En las paredes se arrinconan paneles de una antigua exposición sobre el pintor José Casado de Alisal, nacido en Villada y amigo íntimo de Gustavo Adolfo Bécquer. - Y esta es la sala donde jugaban a las cartas”- En la sala de juegos hay banderas de Argentina, bolsas de mate, algún abalorio y placas conmemorativas que recuerdan el hermanamiento de Villada con la ciudad que en 1870 fundó en el estado de Santa Fe otro villadino ilustre, Carlos Casado de Alisal, hermano del pintor. Al pueblo, hoy ciudad, de 35.000 habitantes, le dio el nombre de su madre, Casilda.

Daniel desembala la lámpara de hendidura, abre el maletín de las lentes de prueba, el instrumento para medir la presión intraocular, un foróptero, el autorefractómetro queratómetro, un frontofocómetro, el ordenador, una bata blanca... Y queda una cosa más: desplegar en la calle el cartelón que anuncia la llegada del óptico al pueblo. La abuela de Hugo es la primera clienta del día. Viene a recoger unas gafas del chico. - “Hay muchas veces que los chicos aprovechan el recreo para venir a la óptica. De otra manera, el padre tiene que llevarlo a la ciudad, perder un día de trabajo o un día de cole. Así, en la media hora de recreo vienen, les graduó, eligen la montura y luego alguien viene a recogerlas, se las lleva y ya está.”

“Uno de cada tres piden cita, pero muchas veces la gente viene directamente a ver si le puedo graduar. No es tan fácil organizar una mañana. Yo vengo. Si viene alguien, bien, y si no, pues nada. Hay muchas mañanas que no viene nadie. Vengo, descargo todas las cosas y no viene nadie. Pero yo vengo, aguanto, porque después hay otra mañana que vienen cuatro personas que no tenían cita. Pero es así”

Son las once. Demetrio es la única cita confirmada del día. A Demetrio lo conocen en la zona por elaborar junto a su hijo las renombradas morcillas de Villada. Demetrio ha traído una montura rota. Durante la siguiente. Daniel le examina los ojos, confirma la graduación, le muestra algunas gafas, le explica las peculiaridades de los cristales, los precios... Exactamente igual que una óptica tradicional. - “No he inventado nada. En los pueblos se ha hecho toda la vida lo mismo. Tú fabricabas el pan en un sitio y le llevabas a repartir. El carnicero lo mismo. Panaderos, fruteros, mucha gente se mueve por los pueblos. La única diferencia es que yo lo hago con las gafas.” -

Entra Luisa. - “Hola Luisa, ¿qué tal estás? Cuéntame” - Luisa no consigue adaptarse a las nuevas gafas bifocales y se resiste a cambiar a lentes progresivas. Daniel vuelve a cambiarle los cristales y no es la primera vez. - “A ver, esto es un negocio. No quiero que la gente se piense que vengo a hacer un bien social exclusivamente. Yo vivo de que la gente me compre gafas, no vivo de que la gente se gradúe. Pero lógicamente hay muchos casos con una componente de labor social. Por ejemplo, y no lo debería decir, yo he ido a graduar a gente a casa. ¿Se puede hacer? No se puede hacer. He ido a graduar a un señor tetrapléjico en Villarramiel. Era un señor al que se le habían roto las gafas. Lo único que hacía a lo largo del día era ver la tele y leer. Es decir, no podía ni leer ni ver la tele. La sociedad le había abandonado a su suerte. Vivía con su hermana. Él tendría 70 años y su hermana 77. ¿Qué iba a hacer con ese señor en un pueblo de 800 habitantes? No había manera de trasladarle. Me llamó la señora, lo organizamos y fui a su casa. Le gradué, le puse unas gafas nuevas y el señor volvió a leer y ver la tele. Había una señora en Villalón que lleva un mes esperando que su nieto, al que han cambiado de puesto de trabajo y que no puede pedirse el día para llevarla, la lleve a ponerse audífonos a Mayorga. Claro, yo la cabina no me la puedo llevar como me llevo las gafas, hay que ir. ¿Qué hago? Pues le mando un taxi de mi pueblo y la recoge. ¿Asumo el coste? Asumo un sobrecoste que no me debería corresponder, pero es que de otra manera esa gente no viene y se queda sin audífonos".

Santiago el panadero es el último cliente del día. Necesita poca cosa, ajustar las patillas de las gafas que compró hace unos días. Pasada la una de la tarde, Daniel comienza a recoger. Diez minutos después la óptica está empaquetada, cierra la sala de juegos y carga la furgoneta. Por la tarde, abrirá la óptica en Mayorga. Al día siguiente volverá a subirse a la furgoneta con destino a Villarramiel.

Severino Donate

Severino Donate

Llegó a la SER en 1989. Ahora hace reportajes.

 
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