Comprador compulsivo
La mirada de Miguel Sánchez-Romero
Miguel Sánchez-Romero: "Comprador compulsivo"
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Madrid
En mi vida he usado aceite de girasol y, sin embargo, desde que me he enterado que escasea empiezo a echarlo en falta. Ayer pasé media hora frente a la estantería del súper preguntándome: “¿Qué hago: me dejo influir por la alarma y compro una botella o mantengo la calma, actúo racionalmente… y me llevo cinco?”
No soy un comprador compulsivo. Nunca caigo en la trampa del cartelito “Pague uno y llévese tres”. Ahora bien, fue ver escrito “Solo puede comprar cinco” y pensar: “¡Joder! ¡Solo cinco! ¡No hay derecho!”. La estrategia de venta es inapelable. Tengo un amigo frutero que ha hecho lo mismo para dar salida al brócoli y se lo están quitando de las manos.
Iba ya a pillar aceite como el que va a pillar Bitcoins cuando aparece Willy, el camello de mi barrio. Venía acompañado por El Juaqui y El Melenas, dos testaferros. Se llevaron quince litros entre los tres.
Ese tío tiene una visión comercial que ni Warren Buffet. Durante la crisis del papel higiénico se hizo de oro inventándose una oferta que regalaba un rollo por cada dos porros. Ha sido la única vez que he visto fumar droga a Angelines, una vecina de 80 años que tiene el colón irritable.
Curiosamente, contemplar a Willy acaparando aceite sin escrúpulos fue lo que me decidió a no hacerlo. Me sentí un héroe. Pensé: “Muy bien, tío, no has sucumbido al alarmismo”. Pero había acumulado tanta ansiedad que acabé comprando cinco cajas de palmeras de chocolate. Esta mañana, ya más calmado, me he dado cuenta de que fue una compra absurda. ¿Quién necesita cinco cajas de palmeras de chocolate? He ido a casa de Angelines y le he cambiado una por dos botellas de aceite de girasol.