Una casa intacta en un mar de lava: museo de la desolación y la esperanza
En esta casa lava del volcán de La Palma entró por el salón, y como si fuera obra de arte de César Manrique, se sentó frente a la chimenea. Colmató las habitaciones, recorrió los pasillos y dejó intactas algunas cosas como testigo de la noble resistencia palmera. Cientos de isleños vuelven encontrarse con lo que queda de sus casas mientras intentan construir el futuro mano a mano
Reportaje: volver a un hogar arrasado por la lava tal y como quedó
Delia Bakaikoa es un volcán de energía y lucidez. Como buena violonchelista y amante de la música en directo, su mirada está entrenada para sorprenderse en cada instante. Pero lo que le ocurrió a su casa fue demasiado asombroso incluso para sus ojos. Lo único que quiso salvar cuando se abrieron las entrañas de la tierra hace seis meses en La Palma fue su chelo. "El cinco de septiembre de 2021 salí de mi casa para no volver más. Salí de viaje en la furgo con Timi, mi perro, para pasar el mes de septiembre en la península, para estar con nuestra gente despues de dos años de pandemia sin vernos", explica. Desde entonces no ha vuelto. Hoy lo ha hecho por primera vez acompañada de un equipo de la SER en Canarias. Ha comprobado que su casa está muerta, inservible, pero algunas de sus cosas siguen dentro prácticamente intactas.
Sus ojos no pueden creer lo que observan al volver sobre sus pasos en dirección al que fue su hogar durante décadas en La Majada, arrasada por el volcán de La Palma. Las calles que llevaban a su hogar ya no están. Por eso es tan difícil encontrar el camino del vuelta. La lava entró por el salón, y como si fuera una obra de arte de César Manrique, se detuvo cerca de la chimenea. Se coló por las ventanas y rellenó la habitación y el vestidor. En el salón hay un disco completamente derretido con las Partitas de Bach. Libros quemados, paredes rajadas, ríos de lava petrificada recorriendo los pasillos e inundando las habitaciones. Las temperaturas superiores a los 1.000 grados ahumaron los cristales de las copas, llenaron las especias de hollín, derritieron el equipo de música y fundieron el aire acondicionado.
Es el efecto devastador de la lava sobre las viviendas. Algunas quedaron completamente vacías, aisladas, rodeadas por la lava y quemadas por dentro. De esas solo queda el esqueleto. También hay casas milagro que fueron completamente rodeadas sin que sufrieran desperfecto alguno. Así son las lenguas de fuego del volcán, imprevisibles y caprichosas. "Me sobrecoge, muchas casas se han librado por muy poco", explica Delia camino a su casa. "Me había hecho a la idea de que iba a ver cosas así, pero me sobrecoge que no haya nadie en las casas. Me sobrecoge la sensación de que ya no se puede vivir aquí, de que va a costar mucho que esto vuelva a ser un bario", añade. En la actualidad, Delia vive temporalmente en un piso en Tazacorte y se afana en dejar que la vida le sorprenda cada día. "No pensábamos en los volcanes, creíamos que estábamos fuera de todos los peligros del mundo", reflexiona.
El día setenta y seis de la erupción se anunció que una nueva colada bajaba a toda velocidad por Las Norias. Imparable. "Jugaba capichosa pasando en diagonal, se paró en la casa de dos plantas de mi vecino, pero encontró camino, quemó la casa de enfrente, al este; derrumbó la casa de Isaac por el sur y luego entró en casa con su brochazo negro borrando el apartamento, la piscina, el árbol emblemático de la casa, el jardín", explica Delia. "Se paró frente al muro sur de mi casa, trepó por la pared hasta llegar al tejado y no sabemos qué más hizo, si entró por el pasillo para adentro. Queda como un testigo de la noble resistencia que ofreció, pero testigo muerto en el intento", lamenta Delia. "Esto es una catástrofe natural, y no solo me lo ha hecho a mí. Esto forma parte de lo que es la vida, y lo que hay que hacer con la vida es vivirla, y adaptarte a ella", explica Delia con resignación y entereza.
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Delia Bakaikoa reconoce que el volcán le ha hecho más consciente todavía de nuestra gran fragilidad. "Reconstruiremos el Valle porque somos isleños, porque queremos participar en la reconstrucción, para ver a nuestra gente, ver sus ojos de empatía, su cariño y unirnos en esta ola, este empuje que necesitamos todos para renacer de las cenizas", explica Delia. La alternativa que estudia es embarcarse en la cooperativa Brisas Canarias, "en vez de tener siete lavadoras, con dos nos vale", explica. "Es lo que demandan los tiempos y lo que a mí me interesa. Yo era feliz aquí, pero tenemos que repensarnos, rehacer lo de antes me parece ineficaz", añade. La catástrofe natural y la emergencia habitacional subsiguiente ofrece a La Palma una oportunidad única para pararse a pensar.
Por eso Delia se ilusiona cada día con el proyecto Brisas Canarias, que crece poco a poco pero imparable. "Es el momento de poner en valor la solidaridad, la empatía, construir vínculos vecinales que nos den la fortaleza que los nuevos tiempos nos exigen, ser una comunidad que descubra que el grupo es mucho mejor que el egoísmo, que a amistad es mejor arma que la banca para salir de la crisis. Paremos, por favor, parémonos a pensar", explican desde el proyecto de hogares cooperativos intergeneracionales, inclusivos y sostenibles de La Palma Brisas Canarias. "Esto no es una cosa de viejos, en este modelo de vida cabemos todos", explica Delia, que confían en que La Palma sea capaz de construir un futuro cooperativo. "No me quiero morir sin vivir algo así", sentencia.