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'Canallas', resacón cañí con orgullo de clase

Dani Guzmán regresa al Festival de Málaga con una comedia de barrio y picaresca donde la realidad y la ficción se acaban borrando. Él mismo, su amigo Joaquín González y Luis Tosar protagonizan la película

Joaquín González, Daniel Guzmán y Luis Tosar en Canallas / UNIVERSAL PICTURES

Málaga

Daniel Guzmán empieza en Canallas, su segunda película presentada en sección oficial en el Festival de Málaga, a romper algunas representaciones o creencias tradicionales del cine español. Una de ellas tiene que ver con la idea de cómo acercarse a la realidad. Muchas veces se tiende a pensar que solo ese retrato de la realidad social que nos rodea lo da el llamado cinema verité, sin artificios, casi sin montaje, muchas veces con personas normales y corrientes que debutan en la interpretación y rompiendo todo artificio. Sin embargo, cabe la pregunta de si en esa manera de rodar no hay ya un artificio per se desde el momento en que se sitúa una cámara. Son divagaciones que plantea tanto Canallas, una comedia de barrio y de orgullo de clase, como Alcarràs, la ganadora del Oso de Oro en Berlín que han coincidido en Málaga.

En el caso de Canallas, lo que hace Guzmán es mezclar elementos de la comedia gamberra norteamericana, de amigotes pasándolo mal pero con gracia, en la línea de Resacón en Las Vegas, con un retrato del extrarradio madrileño extrapolable a cualquier barrio de cualquier ciudad española. Su tono visual y su manera de planificar las secuencias se asemeja a la planificación de las comedias americanas, todo lo demás se aleja de ella y se acerca en cierta manera al neorrealismo italiano, salvando las distancias.

No hay gags provocados en Canallas, el humor se genera de las situaciones absurdas de unos personajes reales, que se interpretan a sí mismos, que leen líneas de diálogos exactamente escritas, pero que podrían haber dicho ellos. Hay artificio, no hay espacio a la improvisación, pero el artificio se acerca a la realidad pura. La realidad de familias con tragedias mayores o menores, con resquemor a unos bancos que se han quedado con su esfuerzo y sus sueños, y que saben que para salir adelante tienen que hacerlo a su manera, el sistema no les ha dejado otra. Canallas tiene algo de película antisistema, no porque proponga a un Joker despiadado que se rebela contra todo; sino porque muestra el día a día de una picaresca no glamourizada. Es el reflejo de una corrupción soterrada consecuencia de una corrupción de cuello blanco y estatalizada e incluso permitida.

Después de su debut como director, A cambio de nada, otra historia de barrio, Guzmán regresa a impregnar de realidad la gran pantalla. Lo hace en Canallas, una historia con la que lleva siete años lidiando y con la que vuelve al barrio, a Orcasitas y a Aluche, las zonas madrileñas en las que se mueven Guzmán y sus amigos, personajes en los que se ha inspirado para hacer esta historia que vuelve a poner al director en una posición extraña entre lo real y lo ficticio.

Pocos directores españoles se han expuesto tanto como Guzmán, que en su debut contaba la que había sido su adolescencia, a través del personaje de Miguel Herrán, y en la que salía su abuela de verdad, que estuvo hasta nominada al Goya. Una exposición que ha vuelto a repetir en este segundo trabajo donde todos son amigos suyos del barrio, miembros de una misma familia, la de Joaquín González, empresario y superviviente de pro. Ahí está su hija, campeona de yoyó, su madre y otros vecinos del barrio. Junto a ellos uno de los actores más consolidados del cine español, Luis Tosar, que se pasa a la comedia y disfruta a lo grandes. Pocos actores podrían encajar tan bien en este papel en medio de la naturalidad de los primerizos. En medio está Dani Guzmán, actor y director, pero amigo de todos los actores no profesionales. Es el enlace que une los distintos elementos dentro y fuera de la pantalla y que consigue una de las grandes bazas de la película, jugar con el espectador y mantener el misterio de qué es verdad y qué no lo es. “Las cosas más increíbles son verdad y las que parecen verdad probablemente no lo sean”, señala Guzmán que basa en esta premisa la relación con el espectador.

La película cuenta las andanzas de estos tres tipos, tres canallas de barrio que vuelven a encontrarse después de veinte años. Brujo y Luismi siguen sin oficio pero con algún que otro beneficio, mientras que Joaquín se ha convertido en un importante y reconocido empresario, o eso parece. Un día recibe la notificación de un juzgado informándole del embargo de la casa, lo que hace que los tres amigos busquen el dinero como sea.

Canallas es un tipo de comedia que se echaba de menos. Con toques de Los inútiles de Fellini, con ese grupo de adolescentes intentando divertirse y sobrevivir, pero con toda la idiosincrasia española de Berlanga y de la tradición literaria de la picaresca. Es curioso que hayan vuelto a surgir relatos renovando el género, como el de Manuel Guedán en la novela Los sueños asequibles de Josefina Jarama (Alfaguara) o Isaac Rosa con Lugar seguro (Seix Barral) que comparten con Guzmán el humor y el retrato de una clase a la que se ha retratado desde fuera la mayoría de las veces.

El personaje de Joaquín González le permite al director hablar de la España de hoy. Hablar de los desahucios, explicar en dos minutos toda estaba bancaria con los fondos buitres, el paro, mencionar la desafección con la monarquía española, y reflejar la fuerza del mercado negro en el PIB español. Además de mostrarnos a una generación de mujeres, representada en la madre de Joaquín, sufridoras de todo el pesar de los hombres de la familia. Reflejo de cómo en el patriarcado también hay clases sociales.

Si algo destaca en todo el relato es la ausencia de impostura. Guzmán evitaba la mirada folclórica a la vida del barrio obrero, ni compasión y juicio al chaval y la disfuncionalidad familiar, algo nada fácil cuando un creador se mete a hablar del barrio. Aunque cambie de género y se decante por la comedia, insiste el director en un encuentro con medios de comunicación, en que lo más importante en este proyecto ha sido elegir el tono, no convertir al personaje en un héroe, pero tampoco reírse de él. No tendría sentido porque todos y todas somos un poco Joaquín.