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Opinión

José Luis López Vázquez y el tiempo de silencio

"Porque el costumbrismo es todo lo contrario del realismo. El costumbrismo consiste en tirar la toalla"

Barcelona

Hoy sería su santo, pero la semana pasada fue su centenario. En el cine se han visto muchos José Luis López Vázquez, quizá porque cada película suya le sacaba de dentro un José Luis López Vázquez diferente, desde Peppermint Frappé hasta Un millón en la basura. Fue de aquellos actores que firmaban con el nombre y los dos apellidos, como Fernando Fernán Gómez, Manolo Gómez Bur o Emilio Guitérrez Caba (y Julia e Irene). Llamarse sólo López, Gómez, Vázquez, Gutiérrez... daba más oficio que glamur. Pero, entonces, para contar historias no era necesario ponerse glamuroso. Bastaba con ser un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo. Lo que hiciera falta. No había escapatoria. Esta falta de escapatoria se comprende mejor si programamos en sesión doble La cabina y La gran evasión. Ambas tratan de lo mismo, pero dicen lo contrario. ¿Era José Luis López Vázquez nuestro Steve McQueen? Quizá. Pero quien va a llevar la moto será Alfredo Landa, disculpen el puente. Landa le dio su apellido a una época, el landismo. José Luis López Vázquez estaba fuera de toda época. Lo suyo era telúrico. Reflejaba algo que siempre ha estado ahí. Saura se lo supo sacar cuando la clase media creía haberse liberado de ello. Se puede escapar de una clase pero no de un país. Berlanga y Forqué mostraron con López Vázquez que lo que llamábamos modestia era un cúmulo de humillaciones. La película El monosabio, que es de Rivas, lleva eso hasta el exceso. Lazaga es otro cine. Con Pedro Lazaga, todo en José Luis López Vázquez parece normal, pero no real. Porque el costumbrismo es todo lo contrario del realismo. El costumbrismo consiste en tirar la toalla. Por otro lado, con el padrino búfalo nos recordó que era una criatura chamánica. Luego vinieron Regueiro, Gutiérrez Aragón..., y ahí López Vázquez mostró su dominio del silencio, como lo había hecho Martín Santos.