La ciudad que nos habita
La Firma de Tomás Martín

"La ciudad que nos habita", la Firma de Tomás Martín
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Palencia
Me lo encontré en la calle Mayor, tras dos años sin vernos a causa de la pandemia y casi sin hablarnos por todas esas cosas tan absurdas de la vida. Llevaba visera, gafas y mascarilla, y mal caminaba apoyado en un bastón de corte clásico. Me costó identificarlo. Lo abordé. No me reconoció hasta el momento en el que pronuncié las palabras mágicas: Después de tanto todo para nada, el último verso del soneto Vida, de José Hierro, corolario que fuera a nuestras conversaciones políticas al hablar de la Transición.
Nos fundimos en un abrazo que duró lo que dura un amor imposible. Bajo el brazo izquierdo —su brazo favorito— llevaba una carpeta roja de la que asomaba un puñado de folios. Tras las preguntas de rigor —¿qué es de tu vida? ¿qué tal estás?— sin demandárselo me los mostró, veintiuna páginas en cuya primera figuraba escrito, en mayúsculas, La ciudad que me habita. Inmediatamente debajo, el nombre del autor: Julián Alonso. Sorprendido le pregunté: ¿Y esto?
La «culpable» —respondió— es esta calle por la que caminamos, esta ciudad que sembrada de decadencia me lleva a tiempos pretéritos, al año en el que emocionado escuché en nuestro Teatro Principal el pregón literario, que acabo de mostrarte, de las Fiestas de San Antolín 2008, un recorrido premonitorio por nuestra ciudad, más premonitorio hoy, ahora, al aproximar lo que Alonso pregonó hace catorce años. Escucha:
Con lento tomavistas / repasas las fachadas / de la calle Mayor, / el balcón oxidado / en que no reparabas, / la oscura galería / de los cristales rotos / donde reina el pasado / y la devastación, / los atlantes de yeso / sustentando la tarde. / Te preguntas por qué / no te fijaste nunca / en aquella ventana / de raídos visillos, / el rótulo anticuado / de la ferretería, / las repetidas placas / del "Seguro de incendios", / los números tachados / de los viejos portales / tenazmente cerrados. / Detienes tu periplo / en el escaparate / que la imagen refleja / de un ser desconocido / con tus mismas facciones. / Le miras a los ojos. / Piensas que la ciudad / envejece contigo.
Calla. Lo observo. Me observa y observa también a una mujer que acaba de pasar y que nunca termina de pasar luciendo su esplendorosa juventud. Exclama un ¡ay! profundo y resignado vuelve a observarme. Acaba de decirme todo sin palabras. Apesadumbrado, con voz casi apagada sentencia: Saben que nos han reducido a la nada, después de tanto todo para nada.




