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Susi Sánchez: "Las mujeres seguimos siendo víctimas del poder patriarcal"

La actriz protagoniza, junto a Laia Costa, 'Cinco Lobitos', la película sensación del Festival de Málaga. La debutante Alauda Ruiz de Azúa dirige un precioso drama familiar sobre los lazos maternales, los cuidados y la conciliación

Susi Sanchez presenta 'Cinco Lobitos' en el Festival de Málaga / (Juan Naharro Gimenez/WireImage) / JUAN NAHARRO

Málaga

Imaginen una sociedad distópica, como la que describía el periodista Sergio Fanjul: en la que todos trabajemos tanto que no tengamos tiempo para cuidar a los padres ni a los hijos. Efectivamente ya vivimos en esa terrible distopía y no hay que irse al género de ficción para representarla; sino más bien centrarse en el realismo social. Eso es lo que hace Alauda Ruiz de Azúa en su debut, Cinco lobitos, película que compite en sección oficial en el Festival de Málaga y que ya se posiciona como una de las grandes favoritas a la Biznaga de Oro de esta edición.

Cinco lobitos aborda el salto generacional y el cambio de modelo en la crianza. Sin nostalgia del tiempo pasado, pero sin prepotencia del tiempo presente. Simplemente muestra las dinámicas familiares y de género que operan y que siguen dejando a las mujeres toda la carga. Lo hace especialmente a través de la relación de Laia Costa y Susi Sánchez, madre e hija en la ficción. La primera vive junto a su pareja en un claustrofóbico piso en el centro de Madrid. Es moderna, trabaja en un empresa exterior, habla perfecto inglés y acaba de tener un hijo. Ese es el inicio de esta historia que lleva a la protagonista de vuelta a la casa de los padres, una vivienda unifamiliar en un pueblo tranquilo de Euskadi.

Dos mujeres, dos madres de dos generaciones diferentes, que tratan de lidiar con la crianza, con las relaciones de pareja y con la propia reconfiguración de su relación con el tiempo. Las dos llevan el peso interpretativo en dos brillantes trabajos, que van de lo emocional a lo más cotidiano, de la precariedad a los cuidados, de la distancia a la comprensión, en una de las óperas primas que ya apunta alto este año. Susi Sánchez se enamoró del guion -"me caló por dentro", repite- y esperó para hacer este papel tan especial de una mujer corriente que afronta el ciclo de la vida.

¿Es una de esas películas catárticas para los actores? Porque para los espectadores lo es

Al principio me encantó el guion. Me pareció un personaje que era una bomba, que tenía muchísimos matices, que a mí son los que me gusta trabajar porque tienen un arco, un proceso, son con los que disfruto. De reprende, antes del rodaje me entró el pánico. Me preguntaba si sería capaz de hacer eso, una sensación de inseguridad. No sabía si iba a poder hacer un personaje tan duro, le decía a la directora, a Alauda Ruiz de Azúa, que además iba a caer fatal. La gente va a decir que esta tía es un antipáticas, que trata fatal al marido… Fue entendiendo el proceso a través de improvisaciones con las que arrancamos los ensayos con los actores, pero no eran con las escenas de la película, sino del pasado de los personajes. Eso nos dio un sostén, una plataforma que desde ahí nos permitió atajar las secuencias de otra manera, ya teníamos otra historia. Eso es importantísimo para un actor. Y luego con los compañeros nos hemos ido adaptando, acoplando, he sentido que todos contábamos en todo momento la misma historia y en la misma clave, pero no tenía ni idea del resultado.

¿Para una valenciana es divertido ser un madre vasca?

Me lo he pasado muy bien. O al menos lo intento. Estuve varias semanas en el hotel de una amiga que está en Zumaia para pilar un poquito el acento. Le propuse a la directora trabajar el acento vasco, pero me dijo que la dejara reservarse hasta el final si lo utilizaba o no. Entonces lo fui trabajando de forma que fuera muy suave para que no me dijera que no y tampoco quería hacer una imitación porque eso me parece de mal gusto. Eso me ayudó mucho, los acentos me ayudan a caracterizar el personaje, al igual que la ropa, el pelo que llevaba tan diferente, me veía otra persona. Y el rol de este personaje nunca lo había hecho, he hecho muchos personajes duros, raros, difíciles, misteriosos, pero con este recorrido, no. Es una mujer del pueblo, de su casa. Es una mujer corriente que tiene una vida, como todos, pero le manda un espejo al espectador para que se pueda sentir identificado porque aparecen las luces y sombras. El poder ver eso en un cine que tiene un arte y un valor hace que uno se reconcilie consigo mismo también porque ve que todos somos bichos y todos somos amor también.

Es una película que habla de la familia, de la maternidad, de los cuidados, de conciliar, pero también habla de qué significa ser hija, madre, novio, padre, marido, mujer… Al final es algo por lo que casi todos pasamos, ¿te ha hecho replantearte tu propia vida? De donde vienes, cómo era tu relación con tus padres…

Me he acordado muchísimo de mi madre en este rodaje. Y luego cuando he visto la película, veía a mi madre. Es muy fuerte lo que me ha pasado con esto. Da casi susto. No la tomaba como referencia para trabajar, pero sin embargo el resultado fue ese. Salió algo muy parecido, no ella tal cual de carácter, pero sí físicamente me veía por momentos que no era yo, que era mi madre. Da un poco impresión, pero la referencia no era ella.

Sí está también ese rechazo de hijas y madres en el que no podemos sentir identificadas. En lugar de ser una película generacional, es muy universal

Es una película de reencuentro. Y eso pasa en la vida. La vida es cíclica. El nacimiento, la madurez, el esplendor, la enfermedad y la muerte. Esto es lo que contamos de una manera muy sencilla pero hablando de personajes reales, no son inventados, sí es una ficción, pero los personajes está construidos desde una base muy realista, honesta, de investigar qué nace en el fondo del ser humano, cuál es la verdad. Hay mucho que se dice, pero lo más interesante es lo que no se dice. Lo que aparece a través de las miradas, los gestos, las intenciones… Me gusta mucho hacer ese tipo de cine.

La película también indaga en esa herencia que tenemos de nuestros padres, que quizás no queremos notar o ver, pero que en un momento también emerge, al igual que se reconfiguran las relaciones con el tiempo o la maternidad. En el caso de las mujeres, ¿crees que ha hecho daño esa etiqueta de buena o mala madre? Esta película destruye de algún modo esa concepción tan simplista

Claro que ha hecho mucho daño. Tampoco creo que la película destruya totalmente esa concepción, es un retablo o un fresco sobre la situación de las mujeres hace 50 años y la situación de las mujeres ahora, que viene a ser la misma con algunas modificaciones pero seguimos siendo víctimas del poder patriarcal. Perdón que me ponga así, pero es lo que hay. No tengo nada en contra de los hombres, al contrario, pero sí del poder patriarcal que está instituido por algunos hombres con mucho poder. Entonces eso tiene que ir cambiando. La película habla de cómo se ha ido transformando de generación en generación. Mi generación lo asumió porque no tenía más, era lo que había, pero sufrió, fue una persona triste porque no se realizó como mujer, como ser humano. En el caso de mi hija en la ficción, es diferente. Ya tiene una discusión con el marido sobre quién va a trabajar, quién acompaña, cómo se necesitan, cómo debaten sobre quién trae el dinero… El enfoque es otro y es interesante ver cómo se encuentran esos dos mundos y ver cómo se aprenden unos de otros. La madre aprende de la hija al ve su sentido de libertad y claridad. En la película se da una cosa bonita que es el trasvase de fuerzas. En la naturaleza humana, hay una cosa en psicología que dice que los padres tienen que traspasarle la fuerza a sus hijos para que ellos a su vez puedan a sus hijos dársela. Es una ley natural y cuando eso se corta la gente tiene que hacer terapia, porque hay algo que no se ha conectado. Si yo no recibo el cariño de una forma física pues yo tampoco puedo mostrarlo de esa manera porque tampoco lo conozco.

Y la historia sucede en dos espacios muy distintos. Un piso pequeño en el centro de Madrid y una gran casa en el campo en Euskadi, algo que también muestra a las dos generaciones. Todo pasa dentro de esos interiores, ¿cómo ha sido ese trabajo sobre el espacio?

Era una casa muy especial, como un chalet pendido de una montaña con unas vistas espectaculares en Mundaka y Bakio. La casa es un paisaje, no solo te acompaña físicamente, sino que también te inspira como actriz y te abre y sensibiliza para entrar en ese mundo, a dejarte impregnar por ese ambiente.

Como actriz con experiencia, ¿es importante también trabajar con directoras noveles, con nuevas voces?

No sabía ni quién era Alauda Ruiz de Azua, pero el guion me fascinó tanto que dije, yo esto lo quiero hacer. Pasaron dos años, me llamaron y me dijeron: ya lo tenemos todo, empezamos. Y yo dije, pues vale. Luego me entrevisté con ella, dice que yo era la primera propuesta, también la de Laia, así que sufrió menos que si hubiera tenido que buscar a otra gente. No hay tantos guiones así, te lo digo porque me llegan algunos y no hay esa calidad. Me caló, me caló, lo leí y dije tengo que hacer como sea esto, tengo que vivir y experimentar este proceso como actriz.

 
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