Volodymyr lleva 12 años trabajando como conductor en una funeraria de Kiev, en el cementerio y en el crematorio de Baykove, y asegura que, a pesar de la guerra, la esencia de su trabajo no ha cambiado. El horario sí. Ahora hay problemas para moverse por la ciudad y escasea el personal. Relata, además, que está transportando muchos cadáveres de soldados, de jóvenes enrolados en milicias y que también siguen muriendo muchos ancianos: «Ayer uno de COVID». Hay muchos cadáveres en las morgues y es necesario incinerar o enterrar, pero el pánico por la seguridad hace que se acumulen y tarden en enterrarse. Mucha gente se ha ido de la ciudad y los que se quedan tienen impuesto el toque de queda. Lo mismo pasa con las urnas de cremación, han recibido 200 urnas nuevas y nadie las recoge. Explica que, cuando entierran a los soldados, normalmente les trae la gente que ha estado en el combate con ellos y que recientemente han ido al crematorio los del batallón Azov. Volodymyr, de 34 años, también alerta de que faltan ataúdes porque no hay fábricas en Kiev. Las cajas mortuorias se hacen fuera de la ciudad, donde hay árboles y madera, como en Gostomel: «Se enviaban aquí, pero ahora con los problemas de movilidad en el territorio, no llegan». Lo peor para Volodymyr es transportar los cuerpos de las personas que han matado en el frente. Últimamente, por ejemplo, niños y jóvenes asesinados durante la evacuación de Irpin o Bucha: Es difícil cuando llevas cuerpos de mujeres o niños que han muerto en evacuaciones o bombardeos. Asustan las muertes que no son naturales. Cuando hay un niño muerto, no lo puedes comprender. El cerebro explota y piensas: «¿Por qué?». Cuando llega a su casa intenta no pensar en lo que ha hecho en su trabajo. Se dedica a su hija de 2 años, Yarisa, y a su mujer. Al inicio de la invasión rusa las evacuó a un pueblo a las afueras de Kiev, pero que ahora han vuelto a casa con él.