El complemento directo

Madrid

Tuvo que cambiarse de nombre como un forajido; pero, cuando yo lo descubrí, todo el mundo lo llamaba el complemento directo. En aquella época, a la trinidad religiosa se oponía el materialismo lingüístico con un trío complementario, el de los complementos directos, indirectos y circunstanciales. Estos últimos eran mis preferidos. En eso, en mis circunstancias, fui un niño orteguiano. Más tarde, cuando los suplementos de los diarios se convirtieron en catálogos de planta de caballero y de señora, me enteré de que los complementos eran en realidad otra cosa, si bien resultaban todavía más circunstanciales de lo que nos habían dicho. Hoy, esto ha ido más allá de todo límite. Los límites eran aquellas líneas que salían de una palabra en busca de otra girando a la izquierda o a la derecha, hasta transformar la frase en un Scalextric dirigido por Manuel Seco. Bueno, mucha gente era más de Lázaro Carreter. El uno y el otro se convirtieron en nuestros Nikki Lauda y Nelson Piquet de la oración copulativa, ya que estamos en sábado. Vivimos en un mundo circunstancial, no sólo de tiempo (esto, desde Einstein, siempre ha sido así), sino de modo y de lugar. Por esta razón tenemos un gobierno tan de circunstancias. Por ejemplo, el Sáhara Occidental, que hasta hace nada tenía unas circunstancias, ahora tiene otras totalmente opuestas. La opacidad es la madre de la superstición. Y la superstición de los pedantes se llama geoestrategia. Hablar de mapas para no hablar de personas, de la gente que se queda tirada, sólo sirve para hacerse el listo mientras otros sufren. Volvemos a leer entre líneas, igual que en tiempos pasados. Pero entre líneas nunca hay nada, sólo blanco. Y lo importante son las palabras y la gente que las dice.