De los más de 1.700 heridos que reporta Naciones Unidas, hay 28 en el hospital de Brovary, al este de Kiev. Desde el inicio de la invasión de Rusia en Ucrania han pasado más de 150 personas por el centro sanitario. Numerosos heridos proceden de localidades situadas a 20 kilómetros ocupadas aún por el ejército ruso como Bogdanovka, donde 10.000 personas de las 25.000 han sido evacuadas. Yuriy (47 años) es uno de los heridos. Tiene esquirlas en la espalda por bombas de fragmentación y procede de un pueblo cercano a Brovary ocupado por rusos. «Escuchamos los disparos, pero no sabíamos de dónde venían. Eran bombas de racimo, que están prohibidas. Yo estaba corriendo de mi casa al refugio para esconderme y en camino recibí el disparo de un fragmento del proyectil. La bomba de racimo pasó por todo el pueblo y cayó en una de las casas, quemándola. Pero, los fragmentos cayeron y explotaron por todo el pueblo. Me entraron fragmentos en la pierna y en el vientre. Al principio no me enteré de que estaba herido, noté algo, pero pensé que a lo mejor era impacto de la ola de explosión, luego me puse malo y vi que tenía un agujero en el vientre», explica. Yuriy cuenta que la defensa civil se puso en contacto y le ayudaron a salir: «Les estoy muy agradecido». Era el 8 de marzo y le tuvieron que operar enseguida. Lleva tres semanas en el hospital y va mejorando. «Casi toda la gente, mi familia ha salido de mi pueblo de Dymerka, mi madre está en Kyiv. Hay tanques en el pueblo, el colegio está quemado, no hay cobertura, solo tenemos un grupo de Facebook, en el que la gente comparte noticias o pide ayuda», ha explicado Yuriy. Vasyl (63 años) fue tiroteado por los rusos en un refugio, el 17 de marzo, de madrugada. Cuenta que el lado de cada casa había uno o dos tanques, transportes blindados de personal, equipos. «En nuestro barrio de Bohdanyvka había muchísimos, teníamos mucho miedo. Los vecinos nos dieron las llaves del sótano de un edificio, y allí estábamos metidos 20 personas. Han ocupado todas nuestras casas y guardaban sus equipos en los patios. Rompían, quebraban, destruían, robaban, no se salvaba nada. Robaron toda la ropa de hombre, toda, y la de mujer también. Sacaban todos los electrodomésticos, menos en las casas que ocuparon parar vivir que allí los usaban. El oro. Toda la comida que había en el frigorífico. Se llevaban las bicicletas de los niños, los patinetes (tenemos a cuatro nietos), las motos y los montaban», asegura. Cuenta además la forma de actuar del ejército ruso: «El gran ejército ruso, pura pobreza. Vestidos peor que los vagabundos. Sin ducharse dos meses, sucios, grasientos. Sin ropa. Su transporte equipado fatal, roto. Cogían las caretillas y las llenaban de cosas pensando en llevarlas a casa luego. Estaban borrachos, a lo mejor hasta drogados, tenían jeringas en los bolsillos, venían y empezaban a ordenar. Nos quitaron los teléfonos para que no los pudiéramos usar. Y así pasaban días». «El día 17 vinieron a la casa y un oficial dijo que los hombres tenían 10 segundos para ponerse en fila enfrente de él. Llegué con retraso y me disparó directamente a la pierna, y quería dispararme en la segunda, y yo le dije, “pues dispara”, pero se fueron. Pusimos el vendaje, entendíamos que en un par de días la herida será crítica. Teníamos antibióticos, analgésicos, pusimos el torniquete. No pudimos salvar la pierna, pero sí salvamos la vida. Los soldados entendieron que su oficial no estaba bien de la cabeza y nos dejaron salir. Nos dijeron, “os vamos a sacar y salvaros, tenéis cinco minutos para salir”. Nos sacaron al pueblo cercano. Preguntaron quién era el que disparó a la pierna», explica Vasyl. «Ya no tenemos ganas de nada, nos ofrecían salir para Rusia, ¿para qué la queremos, a vuestra Rusia? Los oficiales entienden que es lo que hacen y las implicaciones, y los soldados son unos zombis como todo el pueblo ruso. Queremos que se vayan, que se vaya hasta el último», sentencia el herido.