Una semana entre fronteras
Acompañamos a un convoy humanitario de policías catalanes que han recogido en la frontera a refugiados ucranianos
Los 3000 km de la "blue force" por Ucrania
En un parque de Reus, en Tarragona, Yulia Ulich arrastra el carrito de su hija, Sofia, de año y medio, para intentar que se quede dormida. Son de Jersón, la primera gran ciudad de Ucrania que cayó bajo control de las fuerzas rusas. "He decidido que no pediremos el estatus de refugiado porque hay mucha gente que necesita más ayuda que yo", explica a la SER. La madrugada que empezó la guerra huyó de su casa con sus hijos pequeños.
"Hubo feroces batallas en el puente que une Jersón con Crimea; las bombas destruyeron nuestras casas", explica Yulia, que lleva poco más de una semana en España. Aquí, se reunió con su madre y su hija, que estudia piano en el conservatorio. En la frontera la recogió un convoy humanitario de policías catalanes. En este capítulo de Punto de Fuga, nos subimos a ese convoy para documentar una semana en la frontera de Polonia y Eslovaquia, escuchando a quienes huyen de las bombas, pero también a los voluntarios que recorren Europa para brindar su ayuda.
El pasado sábado 12 de marzo, cinco furgonetas cargadas con material humanitario salieron de madrugada de Sant Celoni, en Barcelona. Las conducían diez Mossos y policías locales, de Montcada y Reixac y Tárrega, miembros de la Blue Force, un grupo de ayuda humanitaria de la asociación policial Copland. En esos furgones: ropa, mantas, material quirúrgico y sanitario, medicinas, calefactores o pañales, que entregaron en mano a ONG y milicianos ucranianos en varios puntos de la frontera.
"Condujimos en silencio durante cuatro horas porque no sabíamos qué nos íbamos a encontrar"; "el punto de encuentro iba cambiando, y llegué a pensar que entraríamos de forma ilegal a Ucrania para entregar la carga humanitaria"; "entrabas en un terreno que está en guerra, nunca habíamos estado en una situación similar", reflexionan varios miembros de este convoy. Al otro lado de la frontera, en Eslovaquia, les esperaba Eugenio Martynenko, un joven de Ivankiv, un municipio cerca de Chernóbil, que había pasado veranos en España, para sanar de la radiación, y que ahora reparte material humanitario en las ciudades más desabastecidas. Esta semana, las fuerzas rusas han liberado Ivankiv. Solo unos días antes, les permitían entrar agua y comida. "Hay también soldados rusos que entienden como están las cosas y tienen corazón", razona.
En esas furgonetas, y también en un autocar de un club de fútbol, viajan de vuelta a España medio centenar de mujeres y niños refugiados. “Dos tejanos, dos camisetas y un bocadillo”. Es lo que puso en la maleta Ola, de Odesa, cuando las sirenas y los bombardeos le hicieron temer por su vida y la de sus sobrinas, Milana y Evelina, de 2 y 6 años. También ellas tienen conocidos en Cataluña. De su marido, como el resto, se despide a través de una videollamada. Él no ha podido salir del país.
Ola viaja con Katia, Natasha o Alisa, algunos de los nombres de las mujeres que dan rostro al éxodo y el horror en la frontera. Ha estado saltando de tren en tren, embarazada de seis meses, durante dos días para lograr salir de Ucrania; durmiendo durante tres noches a una estación de tren; recorriendo decenas de kilómetros a pie arrastrando el cochecito un bebé.
Tras dos días y medio de trayecto, cruzando seis fronteras europeas, todas estas mujeres y niños llegan a Creixell, en Tarragona, a un camping en el que se reunirán con sus conocidos y familiares. El viaje acaba frente al mar. Con los pies de la mayoría de ellas hundidos en la arena. La mayoría de sus hijos, nunca habían visto el mar.