Lo que no es mimetismo es Kung fu

Barcelona

De todos los fásmidos, los que más miedo me daban eran los fílidos. Pero esto es una manera de hablar. Quizá Juanjo Millás, que conoce la cabeza humana, sabrá explicar ese pánico que le tenía yo a los insectos palo, a los bichos que parecían hojas de las plantas, y que de repente saltaban o se movían, y me dejaban aterrorizado. En clase de ciencias naturales, nos dijeron que estos animales practicaban el mimetismo. Así descubrí esa aprensión a no ser uno lo que parece. Sucede a menudo con los grupos de personas. Ves un montón de transportistas con apariencia de ser de Vox y de repente uno da un brinco y vota a Podemos. Uno de ellos, quiero decir. Es el entorno lo que nos mimetiza, y no al revés. La gente no se parece a una rama, a una piedra, a un arbusto, ni siquiera a un país, ni tampoco a un partido político, antes ocurre que uno es clavadito a la vida. Y sin venir a cuento, se va volando. Pero el ejemplo que siempre nos ponía el maestro era el del camaleón. El suyo (me refiero al camaleón, no al profe), era un mimetismo de conveniencia, en eso resultaba un animal político. Como corrían los años de la transición, veíamos los camaleones en directo. Al cambio de color se oponía el mimetismo como condena. Era el de quienes no tenían más opción que la de seguir pareciendo lo que nunca fueron, aunque precisamente esta cualidad les había ayudado a salir adelante. Muchas veces, ser incapaz de cambiar se confunde con tener principios. De los insectos palo también se aprendía a estarse mucho rato quieto, igual que David Carradine en la serie Kung fu. Sin embargo, en España, el quietismo sería una herejía religiosa de finales del barroco. Hoy, lo que no es mimetismo es Kung fu, actividad que consiste en andar solo por el desierto.