Zelenski ante el Congreso

Barcelona

Y como estaba previsto, Zelenski intervino en el Congreso de los Diputados citando una terrible página de la guerra civil española. Como hizo lo correspondiente en la docena larga de cámaras de representantes que le han escuchado hasta hoy en diversos países. Siguió, pues, la lógica y la capacidad del buen actor profesional que fue para adaptarse al público concreto que le escuchaba y demostrar su capacidad de empatía y seducción. Pero lo importante no fue el detalle que agradó y fomentó el instinto patriótico de sus señorías. Lo destacable fue el amago de lista de las empresas españolas que siguen operando en Rusia como lo hizo en la Asamblea francesa, por ejemplo. Y esto mantiene abierta la duda razonable de si este es el camino. Porque apremiar a los privados a hacer lo que las administraciones públicas no pueden, equivale a pedir unos sacrificios que, de entrada, castigan directamente a los trabajadores rusos que se ven en la calle de hoy para mañana y sin indemnización posible. Una ciudadanía que habíamos convenido no puede ser la destinataria directa de la reprobación mundial de su líder. Menos aún de la rusofobia que se ha ido extendiendo incluso con aquellos que huyen de las garras de Putin, como están haciendo los Estados Unidos manteniendo en la frontera con México a familias que buscan refugio por las mismas razones que lo hacen sus vecinos, familiares y amigos ucranianos.

Y, en cambio, más allá de las palabras del propio Biden, quedan los hechos de su administración que recela de sus pasaportes y les observa como potenciales espías al servicio del Kremlin. La duda razonable es si este es el camino. Si las nuevas sanciones económicas que la propia Unión Europea quiere aumentar en respuesta a la masacre de Butcha, sirven para separar la obsesión bélica de un presidente terrible o, alterando a su población, no hacen otra cosa que aumentar el sentimiento patriótico, por otra parte, fuerte y enraizado, de una población de la que 8 de cada diez ciudadanos apoya la invasión y todas sus consecuencias.

Lo dice la encuesta del organismo, supuestamente independiente, a quien Occidente solía hacer caso hasta hace unas semanas para conocer el pulso real del pueblo ruso. Se dirá, y con razón, que es el fruto de la propaganda y la desinformación. Sí, puede ser. Pero también lo es de una sociedad forjada en el sacrificio y habituada a la sensación de acoso y abandono por parte del resto del mundo.

Quizás por esto, después de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas escuchara a Zelenski ayer pedirles que, o sancionan a Rusia por crímenes de guerra y la expulsan del organismo, o lo cierran, los mismos diplomáticos que le aplaudieron, siguieron su camino. No porque actuaran como si sintieran llover. Si no porque siempre tienen sus paraguas a punto.