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"Todavía necesitamos ayuda": la llamada de emergencia para atender las necesidades de los refugiados ucranianos en Madrid

Un grupo de vecinos de Navalcarnero trata de conseguir colegios y empleo para que los refugiados puedan recuperar una rutina que les permita volver a rehacer sus vidas

"Todavía necesitamos ayuda": la llamada de emergencia para atender las necesidades de los refugiados ucranianos en Madrid

Madrid

Nazar apenas tiene cinco años y es tan inquieto como risueño. En el interior de una casa de Navalcarnero (Madrid) juega primero con una pelota. Un bote, otro y otro más. La mano del niño y el parqué se coordinan para conseguir que el movimiento del balón no se detenga. Un bote, otro y otro más. Nazar sonríe y chilla de alegría mientras se lleva la esfera de una parte a otra de la habitación. Sin parar, como si en algún momento fueran a prohibirle seguir jugando. Aunque lo cierto es que —otros— ya lo hicieron antes. Concretamente el 24 de febrero de 2022, cuando las tropas rusas invadieron Ucrania.

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Con las primeras detonaciones de los misiles en Jarkov, su madre, Nina, pudo sorprenderle bajo la cama escondido, con miedo. "¡Quiero vivir, mamá! ¡Quiero vivir!" gritaba constantemente el pequeño. Tras la confirmación del estallido de la guerra, Nina recogió de su casa dos bolsas en las que condensó como pudo el material indispensable para que madre e hijo pudieran escapar rápido. Tener aquellas maletas preparadas, le salvó la vida a Nina: "Si llego a salir diez minutos más tarde, ahora no estaría aquí. Estaría entre los escombros de mi casa".

Nina y Nazar son dos de los más de 52.000 ucranianos que han solicitado documentos de protección temporal en España, y que tratan de salir adelante con el pensamiento puesto en los familiares que no han podido huir. Madre e hijo son, además, dos de las más de cincuenta personas que terminaron en España gracias a una comunidad de vecinos de Navalcarnero que, en apenas un mes, logró reunir alrededor de 22.000 euros, fletar un autobús, y viajar en apenas 36 horas a la ciudad polaca de Przemysl para recoger a medio centenar de refugiados, la en su mayoría mujeres, debido a que los hombres tuvieron que quedarse en Ucrania para combatir.

José, médico en la localidad del sur de Madrid y uno de los organizadores de esta iniciativa, todavía no concibe que, en cuestión de semanas, lograran organizarse para traer a cincuenta personas entre madres y niños. "Todo empezó por el boca a boca. Comenzamos recogiendo fondos para enviar material humanitario y, de pronto, las donaciones empezaron a crecer. Cuando vimos cómo se volcaba la gente nos dimos cuenta de que teníamos que hacer algo más, no solo enviar ayuda".

Ese "algo más" llevó a que, tras miles de kilómetros y numerosas horas de viaje, Nina y Nazar convivan con José, Carolina y sus dos hijas en su casa de Navalcarnero. "Hay que empatizar con los que tenemos al lado. Si ofrecemos nuestra casa es para todos los niveles. Ellos tienen que disfrutar de la casa como nosotros. Si trabajamos, ellos tienen libertad para estar tranquilos. No tenemos problemas. Seguimos con la vida habitual y queremos que ellos puedan comenzar a reconstruir una", dice José cuando le preguntan cómo es la convivencia con una madre y un niño que, hasta hace dos semanas, eran completamente desconocidos. "No podemos ignorar lo que han pasado. Es un drama humano. Es un pueblo sacrificándose para que los demás vivamos en paz", incide.

Para sortear las barreras del lenguaje que abordan a las familias, los gestos, las onomatopeyas y alguna palabra en inglés sirven de puentes de comunicación entre familias ucranianas y españolas. Aunque también lo hace Leo, un ucraniano afincado desde hace décadas en España. "Todos los días llamo a las familias que hemos acogido para saber cómo están. Es importante que puedan expresarse y, hacerlo en su idioma, les es muy reconfortante", dice.

Pero aunque el idioma no haya supuesto impedimento para establecer un vínculo entre ambas nacionalidades, sí lo es para el futuro de estas familias, como cuenta Marta, otra vecina voluntaria. "Queremos que las mujeres encuentren un trabajo para poder volver a su vida normal, pero va a resultar complicado. La mayoría de mujeres tienen una cualificación elevada, muchas han venido con títulos y másteres universitarios, pero el español es una barrera", afirma.

Marta, que ha acompañado a la mayoría de las mujeres a las oficinas públicas para inscribirlas como solicitantes de empleo, se resigna cuando habla de las posibilidades. "Es muy complicado, muy complicado. Ya nos dijeron que, en caso de no saber español, iba a costarles mucho encontrar un trabajo que se adecúe a su formación. Muchas de estas mujeres tenían en Ucrania puestos altos, de responsabilidad incluso, pero ahora lo más que se les puede ofrecer son puestos en labores de limpieza en viviendas como mucho", asegura.

De hecho, ni tan siquiera pueden aspirar a otros puestos, como dice Marta: "Para aplicar a otros puestos como hostelería te piden hablar español. Si no manejan el idioma no van a poder encontrar un empleo".

En esa misma línea, conseguir un colegio para los niños resulta fundamental, especialmente para las madres, tal como reconoce Anita, otra de las mujeres que llegó a la región procedente de Ucrania. "Mi hija da clases en online con su colegio de Ucrania, pero necesitamos clases presenciales y aquí. Mi hija necesita esas clases para poder avanzar y comenzar su rutina", dice Anita, que reconoce a su vez las complicaciones de poder acudir a un colegio sin entender ni hablar castellano.

Nina también quiere un cole para Nazar "Me duele ver a mi hijo en esta situación. En Ucrania tenía una rutina, un horario, una guardería... y aquí no puede avanzar por el momento. Necesita una rutina para mantener la cabeza despejada", asegura la mujer.

La situación de las familias es lo que más preocupa ahora a los voluntarios, como cuenta José: "Necesitamos toda la ayuda que sea posible: desde voluntarios para dar clases de castellano hasta cualquier oferta de trabajo que puedan hacerles. Necesitamos que mientras se queden aquí y no puedan refresar a su país traten de normalizar su vida e incluso algún día poder volver a disfrutarla".

Mientras las madres y los vecinos de Navalcarnero hablan, decenas de niños corretean por la calle. Entre las risas infantiles que se escuchan destacan las de Nazar y la hija de José. "No me preguntes cómo, pero se entienden. Juegan juntos y se hacen compañía. Así son los niños, no necesitan decirse nada para entenderse perfectamente", dice José emocionado. Sin embargo, ambos niños parecen entenderse perfectamente a la hora de cenar. "Vamos a mi casa a hacer unas pizzas", dice Marta. Nazar no necesita saber español para transmitir la felicidad de una buena tarde de parque y una rica cena lejos de una guerra que ha empujado a huir del país a casi cinco millones de compatriotas.