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HOY POR HOY Especial desde Barcelona por el Congreso Internacional de la Radio

Opinión

No dar la razón a los alarmistas oficiales

'Dudas Razonables', el comentario de Josep Cuní

Barcelona

El regreso a la escuela de hoy en Cataluña viene marcado por el final de la obligatoriedad que niños y niñas sigan llevando mascarilla en las aulas. Una decisión de sentido común, según el conseller que hacía tiempo que lo reclamaba. La permanente baja cifra de contagios y la casi nula incidencia del virus en los centros escolares así lo demostraban. Algo parecido a lo que sucede en el resto de los interiores, donde a partir de mañana y de manera universal, el tapabocas tampoco será obligatorio.

Se acabará así oficialmente con la presencia de la prenda que se ha convertido en el símbolo de la pandemia. De ahí que el riesgo esté en confundir una cosa con la otra. Y no debe ni puede ser así, porque el decreto que deje para la historia los contagios y los temores marcados por el Covid durante más de dos años ni está escrito ni está previsto que así sea a corto plazo. Dicen los especialistas que ahora los riesgos son menores y que, en cualquier caso y salvo sorpresas, habrá que esperar al otoño para comprobar si la normalización de la enfermedad diluye el riesgo de pandemia para convertirse en otro elemento sanitario más de los muchos que nos acechan en nuestra vida diaria sin que por ello obligue a medidas sociales extensas y limitadoras de libertades que en algún momento ha parecido que gustaban a nuestros gobiernos para así poder tenernos un poco más controlados. Actitud achacable a los ejecutivos que han mantenido en activo la norma mucho más allá de lo razonable de acuerdo a las cifras de contagio y, sobre todo, de hospitalización.

Y es que la mascarilla, no lo olvidemos, ha sido un elemento más concienciador que curador, más psicológico que científico. La duda razonable es si a causa de esta libertad recuperada, de poder entrar de nuevo a los locales a cara descubierta, diluirá nuestra prevención individual para forzar nuevas medidas colectivas que nadie quiere. Y como acabaran siendo las cifras las que nos lo indiquen, la mejor advertencia que puede hacerse es no dar la razón a los alarmistas oficiales para que no vuelvan a tomar las riendas de las decisiones. Una situación que los gobiernos, y con permiso de la economía, tomarían encantados, dejando entrever que las nuevas decisiones no serían científicas. Y conviene recordar, a fuerza de ser pesados, que nunca ha sido así.