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Nuestros vecinos del norte

La firma de opinión de esta semana del catedrático de Historia Contemporánea, Manuel Ortiz, repasa la relación de España y el país galo antes de las elecciones presidenciales del domingo

La firma de opinión de Manuel Ortiz / Cadena SER

La firma de opinión de Manuel Ortiz

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Nuestros vecinos del norte - La firma de opinión de Manuel Ortiz

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Albacete

España ha mantenido en los dos últimos siglos unas más que difíciles relaciones con Francia. La rivalidad con los galos se remonta a la época moderna, cuando las monarquías de ambas potencias rivalizaban por dominar el orden mundial junto a los británicos. La presencia de los borbones en el trono español facilitó la relación e hizo posible los pactos de familia. Sin embargo, las ambiciones napoleónicas acabaron con el entendimiento y dieron paso a la ocupación y la guerra que nosotros llamamos de independencia. Además de la evidente invasión, se produjo también una guerra intestina entre los partidarios del Antiguo Régimen, del absolutismo, que darían lugar al carlismo, y los defensores de las nuevas ideas liberales que hicieron posible la constitución de 1812, la admirada e idolatrada Pepa, y la creación del estado-nación liberal que acabaría entronizando a Isabel II. Desde entonces hemos convivido con dificultad y, sobre todo, los pueblos de ambas naciones han sido pasto de los estereotipos y los tópicos. Gabachos, mamelucos o afrancesados han sido algunos epítetos que han pasado de generación en generación para perpetuar los recelos y las barreras contra el otro lado de los Pirineos.

La historia de ambas naciones se fue separando paulatinamente. Mientras Francia crecía, se modernizaba y mantenía su rol de potencia mundial, a pesar de todas las dificultades, especialmente en el periodo de la Tercera República y su primera derrota contra los germanos, España no terminaba de despegar y enderezar el rumbo por la vía de la modernización y la recuperación del prestigio internacional. Pero si las diferencias comenzaron en el s. XIX, todavía se agudizaron más en el XX. El imperialismo y los resultados de las dos guerras mundiales permitieron a los vecinos del norte ocupar un lugar privilegiado en el concierto de las naciones. A eso habría que añadir ese peculiar chovinismo y su histórica grandeur tantas veces frustrada y a la que no ha renunciado ningún presidente, incluido el actual Emmanuel Macron que, contra viento y marea, no ceja en su empeño de ser interlocutor clave en la gobernanza mundial, como se ha puesto de manifiesto con motivo de la invasión rusa en Ucrania.

A pesar de que nuestro país no participó en ninguna de las dos contiendas mundiales, la guerra civil del 36 y la dictadura franquista se encargarían de aislarnos y generar un retraso que tardaríamos décadas en recuperar. Para entonces ya éramos una potencia de muy segundo nivel y se había generado una importante corriente de opinión contra todo aquello que procediera de fuera. Ya saben, Europa como problema o como solución, un debate que permaneció, sobre todo en las mentes del antifranquismo, como estandarte que enarbolar para conseguir el anhelado objetivo de introducir a España en el concierto de las naciones y, de paso, democratizar y normalizar al país. Eso se alcanzó, por fin, con la Transición y con nuestra entrada en la CEE en 1986. Pero la adhesión tuvo sus peajes y fricciones y, aunque las relaciones han mejorado mucho, siguen los prejuicios y desconfianzas.

Este domingo Francia, que actualmente ostenta la presidencia rotatoria de la UE, decide en segunda vuelta la presidencia de su V República. En pugna dos modelos antagónicos: Le Pen versus Macron. Escandalizados y preocupados por la entrada de la extrema derecha en las instituciones autonómicas patrias, pensemos en un Eliseo gobernado por un partido antisistema, antieuropeo, xenófobo y connivente con líderes como Putin. En un mundo globalizado, que estamos aprendiendo a gestionar a marchas forzadas, la agenda internacional ocupa un lugar privilegiado en nuestras vidas. Haremos muy bien en acertar en los diagnósticos de lo que acontece en la Galia, sin complejos ni soberbia. La izquierda se ha quedado a las puertas del combate, con Melenchón, y dubitativa ante el dilema de por quién votar el domingo. En 2017 lo tuvieron claro, pero ¿y ahora? Es mucho lo que hay en juego. No cometamos el error de alegrarnos de las desgracias aparentemente ajenas.

 

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