El Sporting activa el botón del pánico

Gijón

La demolición incontrolada del Sporting sigue su curso. El equipo vuelve a asomarse al abismo de la desaparición del fútbol profesional tras una nueva y lamentable derrota en El Molinón, esta contra un recién ascendido como el Ibiza cuya temporada, con la permanencia en la mano a falta de cuatro jornadas, ya quisiera para sí este patético Sporting. A cuatro puntos del descenso (del Amorebieta y quizás mañana también de la Real B), el miedo al descenso es absolutamente razonable, sobre todo teniendo en cuenta que, por muy malos que sean, los de abajo compiten con cierto decoro: el Amorebieta ha logrado en los últimos tres partidos, los mismos puntos (6) que el equipo de Martí en diez jornadas. Por fútbol y por dinámica, cuesta mucho pensar que este Sporting vaya a ganar alguno de los cuatro partidos que quedan. El principal argumento para pensar en la permanencia es el deseo de que los de abajo, que últimamente están demostrando ser mejores, no acaben de reaccionar.

El Sporting trató de maquillar al final, a la desesperada, el ridículo que hizo durante buena parte del encuentro. No se entiende que el equipo siga sin demostrar carácter competitivo desde el primer minuto cuando se está jugando la vida. Será la presión, será falta de carácter, será incapacidad para la batalla de algunos jugadores demasiado acomodados. Sea por lo que sea, este equipo todavía no ha sido capaz de demostrar que sabe disputar una verdadera batalla. El carácter, la gallardía, no se demuestran en arreones finales en pleno disparate táctico o pegando patadas fuera de lugar; se demuestra compitiendo desde el pitido inicial.

Fue la peor entrada en mucho tiempo en El Molinón: 11.740 aficionados, que enseguida vieron a su equipo hacer de las suyas. Al cuarto de hora de partido ya perdía el Sporting, con un gol de cabeza de Ekain en otra foto en la que sale Berrocal. A remar, una vez más, en contra de la corriente.

Pero el Sporting no aparecía en el campo. Solo Pedro Díaz trataba de poner el punto de cordura al juego de un equipo desquiciado. Entre los jugadores marcados por la afición, los que se han diluido, los que nunca han demostrado calidad en el Sporting y los sobreexcitados, el panorama resulta desolador. En el último de los grupos hay que incluir a Pablo Pérez, que dejó al equipo con diez por una inoportuna acción en la que metió claramente el codo en la cara del rival en la disputa de un balón aéreo. Teniendo una amarilla, es inmolarse.

Con diez en el campo, el Sporting siguió a verlas venir en buena parte de la segunda mitad. Habrá quien se engañe con el arreón final, con balones largos para que Ramírez, Djuka, Calavera o Campuzano los desaprovecharan. No lo hizo la mayor parte del público de El Molinón, que pitó al equipo y retomó el cántico de 'Directiva dimisión' con cierta viveza.

Revelador fue lo sucedido tras el partido, en la sala de prensa. Mientras Paco Jémez, tras ganar y sellar la permanencia del Ibiza, dijo que la segunda parte de su equipo había sido "una mierda" y que no estaba "para bailar sevillanas", Martí habló de plena "confianza" y de ganar partidos "a través del corazón", achacando la derrota a "la falta de acierto" y valorando la respuesta del equipo "en situaciones límite". En el Sporting sigue instalada una complacencia y una falta de carácter (que ni se tiene ni se busca) que resultan alarmantes. Nadie da un puñetazo sobre la mesa ante una situación que puede acabar en una desgracia. En las próximas horas el futuro de Martí estará en al aire, pero la pregunta es... ¿Para qué? Y, sobre todo, ¿para poner a quién? ¿y quién lo elegirá?