La guerra del hambre detrás de la invasión rusa de Ucrania
La escasez de producción y exportaciones por la guerra y el cambio climático amenazan con una crisis alimentaria global acrecentada por el alza de precios y la especulación
Los juegos del hambre
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La guerra en Ucrania se ha sumado al cambio climático y sus efectos acelerando una crisis alimentaria contra la que no se están tomando las medidas necesarias. Las exportaciones ucranianas de cereales cayeron en abril a unas 923.000 toneladas, frente a los 2,8 millones de toneladas del mismo mes del año anterior.
Desde la antigüedad, Ucrania tiene las llamadas “tierras negras” y es el principal productor de trigo y otros cereales del mundo. El experto en alimentación José Esquinas, ex trabajador de la FAO, se remonta a la operación “barbarroja” orquestada por los nazis para conquistar el Mar Negro para ilustrar la importancia de la zona a nivel alimentario. “Incluso Vladímir Putin, ya en los años 80 o 90 propuso que hubiera una OPEP del trigo y con el fin de controlar el mercado”.
Solo diez países concentran actualmente las exportaciones de trigo. El primero es Rusia y Ucrania, el quinto. Entre ambos controlan el 30% de las exportaciones mundiales de este grano y el 50% de las exportaciones mundiales de aceite de girasol. Ucrania es además el cuarto país exportador de maíz del mundo.
Los principales países afectados por el bloqueo a estas exportaciones, ya sea por la guerra o por las sanciones impuestas al Kremlin, son los países del norte de África. Esta región concentra la importación de 30 millones de toneladas métricas, detalla Esquinas, solo 13 millones llegan a Egipto, que a su vez envía trigo a Somalia. Argelia importa 7,4 millones de toneladas y Marruecos 4,3. A todos ellos no solo les afecta la pérdida de las exportaciones directas, sino también el alza de precios a nivel mundial. En el caso del trigo, ya ha aumentado un 30% en las últimas semanas.
Yemen, Sudán, Túnez y Nigeria son otros de los países que ya están sufriendo la escasez, en ocasiones derivando incluso en revueltas callejeras.
Especulación y acopio de alimentos
José Esquinas teme que, como en la sequía de 2008, la inseguridad alimentaria derive en la especulación con los alimentos porque, recuerda, “quien controla los alimentos, controla los pueblos”.
El fuerte y rápido incremento de los precios ha venido impulsado por varios factores: la reducción de las exportaciones, el precio de los fertilizantes, que se ha triplicado en los dos últimos meses, y el precio al alza de los carburantes, encareciendo el transporte de alimentos. A todo esto se suman las malas cosechas por las sequías y otras consecuencias del cambio climático en varias zonas del planeta.
Esto provoca que los países “empiecen a tener miedo de que se van a quedar ellos mismos sin cereales y otros alimentos básicos, y empiezan a almacenarlos”. Incluso los países exportadores están haciendo acopio, esperando poder vender a un precio más elevado en el futuro.
Cuatro grandes empresas en Estados Unidos, Holanda y Francia controlan el comercio mundial del trigo. Esquinas recuerda que “en las épocas en las que ha habido crisis alimentarias, ellos han incrementado profundamente sus ganancias”. Pero más que esta especulación, le preocupa la del mercado de futuros de Chicago, donde ya se está empezando a vender la cosecha del próximo año “apostando a que va a valer más”. Estas prácticas provocan que los precios se incrementen aún más de lo que lo habrían hecho como consecuencia de las crisis que los desataron.
El agrónomo lamenta la falta de prevención de esta crisis alimentaria. A posteriori, se han puesto a disposición planes de ayuda humanitaria de Naciones Unidas. Pero, para asegurar la transparencia de los mercados internacionales, el siguiente paso que Esquinas cree imprescindible, “se necesita la voluntad política de los países”.
Sin embargo, el experto subraya el concepto de “soberanía alimentaria” que, dice, es competencia nacional de los países. “No es suficiente con producir suficiente para alimentar a la humanidad”, asegura Esquinas, sino la producción local y “evitar la dependencia de otros países, evitar la colonización nutritiva, evitar que se utilice el alimento como un arma política”, explica.