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Velador, el primero

Ha sido en Sevilla donde, ya más crecido, he podido contrastar todo lo que me contaron de niño

El diestro Manuel Escribano recibe portagayola. / José Manuel Vidal (EFE)

El diestro Manuel Escribano recibe portagayola.

Sevilla

La decimocuarta de abono. El cierre. Domingo. Miura. El encierro de Manuel Escribano con los toros de Zahariche reunió ingredientes que se pudieron degustar desde la antigua calle Valflora camino del coso del Arenal. Al alcanzar la calle Velarde, ya se veía el bullicio de Antonia Díaz. La tarde guardaba en sí los mimbres de las especiales en Sevilla. A mi me supo el doble: la primera vez.

Velador, negro y de 519 kilos, fue el primer toro de Miura que presenciaba. A los aficionados de mi tierra no nos llegaban camiones con el encaste cabrera. Y los que apenas soplamos 25 velas, conocíamos Miura por los libros y las tertulias. Ha sido en Sevilla donde, ya más crecido, he podido contrastar todo lo que me contaron de niño.

He intentado que no se me escaparan los detalles. El murmullo cuando sonaban los clarines. La expectación. Al diestro de Gerena a portagayola en los pares de la lidia. Los pitones. El trapío. El recorrido. Los saltos.Los cabeceos. El silencio. Los vencejos. Los aplausos. Ha sido en Sevilla y solo, donde he disfrutado todo lo que me hablaron mis mayores. Creo que será una sensación similar a quien sube por primera vez a la London Eye o camina ojiplático por la Séptima Avenida.

No hubo grandes fastos, ni montones de orejas. Solo una. La suficiente, si es que no había mejor premio que degustar cada uno de los segundos de la tarde. ¡Qué fuerza! ¡Qué agresividad! Me preguntaba si esos serían igual que los de Joselito en Valencia hace más de cien años. O los mismos que los de Juan Antonio Ruiz Espartaco a finales de los 80. Si pasaba el tiempo y verdaderamente perduraba la raza.

Como un niño atónito he permanecido las tres horas de la corrida. Paladeando. Recordando cuánto oía hablar de los Miura, de don Eduardo, de sus toros, de su tamaño... Tuvo que ser en Sevilla. Tuvo que ser con Manuel Escribano, que anduvo en Venezuela y en Francia intentando ganar el pan que aquí le negaban. De Gerena y proscrito. Tuvo que ser su traje con rosas rojas bordadas el primero que yo viera mancharse con la sangre cabrera.

 

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