Vivir en un patio

Córdoba

Ha terminado el concurso de los patios. Un día antes de su comienzo me fui al Alcázar Viejo, se me acercó una chica que se ofrecía a enseñármelos. Le respondí que yo me había criado en un patio de la calle San Basilio. Ella me respondió con un poco de envidia, ¡qué suerte!. No era el momento de explicarle cómo se vivía en una casa de vecinos en los años 50, solo le respondí “eran otros tiempos”.

Vivir en una casa de vecinos con servicios y cocinas comunes, pidiendo la vez para lavar en las pilas, no era muy agradable. Sin embargo la obligada convivencia tenía su lado positivo, entre los vecinos surgía la solidaridad, la ayuda mutua, el consuelo de las penas, compartir las alegrías, aunque también había envidias, discusiones y peleas. Era una escuela donde se aprendía mucho de la vida y del mundo que nos rodeaba.

Después estaba la rivalidad de las vecinas por tener las macetas más bonitas. Recuerdo las dificultades que tenían que superar durante el año, guardar de noche las macetas en las habitaciones para preservarlas de las heladas, porque entonces todavía helaba, resguardarlas del sol fuerte del verano, algunas no sobrevivían, perder una maceta era una tragedia. No he dicho que el dinero era escaso y daba para comer lo justo, comprar macetas suponía un gran sacrificio. Así nació ese espectáculo de colores que tanto asombra a los visitantes.

Ese esfuerzo anónimo que han hecho cientos de mujeres durante muchos años ha conseguido que sus patios sean nada menos que Patrimonio de la Humanidad. Hoy el éxito colapsa las calles y los barrios del Casco. Los visitantes tienen que esperar larguísimas colas para entrar. Como los vi nacer, me preocupa mucho que puedan morir de éxito.