Un sueño azul añil

Córdoba

Mi prima tiene un patio. No es un patio cualquiera. No es grande ni es pequeño. Ni antiguo ni moderno. Y cuando traspasas el umbral de la casa se detiene el tiempo y un edén de acantos de arroyo y margaritas silvestres te devuelve al lugar del que nunca debimos salir. El patio está pintado de azul. Un azul añil profundo como de latidos de ultramar. Mi prima dice que lo robó de Santorini en un viaje astral por el Mar Egeo. Pero que ahora el azul hipnótico de su patio le recuerda a Chauen y a una taza de té con yerbabuena.

Vi a mi prima acarrear escombros cuando tenía a su hija en el vientre. De eso hace ya veintitantos años. No pesan los cascotes cuando presientes el perfume tibio de las buganvillas. Ni cuando levantas con tus manos la morada de tu alegría. Todos los años, cuando se acerca mayo, un brillo de begonias tiernas ilumina la cara de mi prima. No he visto a nadie más feliz por compartir con los demás el centro de su universo.

Este año el Ministerio le ha quitado las becas de sus dos hijos. Dice la normativa que la subvención que el Ayuntamiento le concede por abrir los patios al mundo es incompatible con la ayuda escolar. Hay reglamentos que no tienen ni pies ni cabeza. Y este puede ser uno de ellos. No le deseo a nadie la angustia de tener que elegir entre un sueño azul y la educación de sus hijos. No se lo merece mi prima ni esta celebración centenaria de patios bellos de Córdoba.