Ofendiditos

Jerez de la Frontera

Que la nuestra es una sociedad crispada, es algo a todas luces innegable. De ello hay quienes culpan a la extrema derecha, quien se inclina por la extrema izquierda y quienes, entre los que me encuentro, culpamos por igual a ambos extremos, a las redes sociales que permiten a cualquiera alzar la voz sin que nadie le dé una buena reprimenda y, especialmente, a esta sociedad que cada día tiene la piel más fina.

No se puede hablar de asunto alguno sin que surja un ofendidito. Si se habla de peluditos, a algún animalista le ofende el comentario; si se valora una buena hamburguesa, protesta el vegano de turno; si se opina sobre nucleares, llueven críticas de ecologistas; si es sobre paneles solares, protesta el campo... y no digamos si uno se permite la osadía de opinar sobre temas como la política, la sexualidad, la violencia de género o que sé yo.

Nuestra querida y por muchos, denostada Constitución Española, consagra en su artículo 20 el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones. Y, por si no queda claro, el mismo artículo señala que el ejercicio de este derecho, el de opinar, no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.

Pero claro, hace 44 años, cuando se promulgó la Constitución, la misma no pudo tener en cuenta la figura del ofendidito y, menos aún, que desde un simple teléfono móvil, un "smartphone" que dicen los modernos, el mismo podría criticar cualquier opinión e incluso insultar al autor de la misma en tan solo unos segundos.

Uno, que se va haciendo mayor, añora el abrazo entre Carrillo y Fraga, así como el espíritu de concordia con el que este país afrontó la muerte del dictador y su paso a la democracia. Hoy, con tanto ofendidito suelto, ello resulta simplemente imposible.