Inflación ese temido fantasma

Jerez de la Frontera

Ansiosos estábamos por abandonar el doloroso camino por el que anduvimos durante más de dos años, de nombre pandemia. Un camino que se llevó por delante a vidas, economía y tantas cosas que tan rápidamente queríamos volver a atrapar. En definitiva, eso que llamábamos normalidad.

Nadie podía imaginar que en ese camino tenebroso y oscuro, muy al final, en vez de luz, se nos cayeran las bombas encima en forma de una guerra iniciada por un loco en plena Europa. Una guerra de esas de las que realmente nos hacen daño a los acomodados ciudadanos occidentales, una guerra en Europa y como agresor, la Gran Rusia en manos de un usurero de una pobre democracia, el dictador Putin.

Europa, la vieja Europa, ha visto cómo sus ansias de normalidad, alimentadas por los fondos de dinero europeo, se truncaba en esa curva del camino al encontrarse con ese viejo fantasma de las democracias…la inflación.

La guerra y sus consecuencias en los mercados de energía, los famosos cuellos de botella en la logística internacional, el tirón de una demanda fresca y ávida de alegrías han hecho aparecer a ese viejo ogro de la inflación que en Europa allá por los años 30 del siglo pasado avivó la aparición de los extremismos y la caída de gobiernos hasta abocarnos a la Segunda Guerra Mundial.

La inflación golpea a los hogares con menos renta, los que no tienen ahorro o capacidad salarial para hacer frente al golpe. Las desigualdades se agradan porque la inflación sí entiende de clases.

Y con la pobreza crece el malestar y con el malestar, el enfado y con el enfado y la desesperación, la desconfianza en las instituciones y en la democracia. La historia no tiene por qué repetirse, pero urge tomar medidas para espantar fantasmas del pasado.