Fosas
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Fosas. Firma de opinión de Irene Contreras
Córdoba
Si te has asomado alguna vez a una fosa del franquismo habrás podido comprobar la perdurabilidad de las suelas de los zapatos que solían usarse allá por mediados de los años 30. Esas suelas de goma son a menudo lo único que queda de los dueños de los huesos que asoman de entre la tierra: los zapatos que llevaban cuando fueron asesinados.
En el cementerio de San Rafael, como pasó antes en el de la Salud y como también pasa en Palma del Río y en Hinojosa y en Aguilar, encontraron hace algunos días varias suelas de zapato acompañadas de sus respectivos huesos. No creo que el hallazgo sorprendiera a nadie, sobre todo a quienes llevan años señalando con el dedo el lugar, como lo hicieron en la Salud, en Hinojosa, en Aguilar y en Palma. Ahora que han aparecido justo donde les buscaban me pregunto si alguien podría volver a enterrarlos en arena, sembrar césped, celebrar una misa el día de los Santos y darse la paz sobre los muertos del golpe de Estado.
Rescatar a las víctimas es importante por quienes esperan noticias a pie de fosa, por la abuela que recuperará los huesos de su padre para enterrarse juntos y por el nieto que continúa la batalla de su madre, que se murió sin que la tierra se abriera. Pero además hay algo que va más allá de la sensibilidad con el dolor de otros. Algo que no nos apela como individuos, hijos, madres, hermanos, sino como sociedad. Y como sociedad nos merecemos también poder celebrar que no se salieron con la suya, que no los mataron dos veces. Que sus suelas, recuperadas de entre los huesos, sirvan para andar el camino de la reparación, que por cierto no se acaba cuando se exhuma una fosa.
Pero bueno. Por algo hay que empezar.




