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Sevilla, isla de estabilidad

El autor, Carlos Navarro Antolín, subdirector de Diario de Sevilla, reflexiona sobre la capacidad que sí ha tenido la ciudad de conservar gran parte del espíritu del 92 en contraposición con una Barcelona endurecida y afeada

Carlos Navarro Antolín, subdirector del Diario de Sevilla: Sevilla, isla de estabilidad

Carlos Navarro Antolín, subdirector del Diario de Sevilla: Sevilla, isla de estabilidad

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Sevilla

Pasó el superviernes de carreras y procesiones. Pasó el sábado de fútbol y más procesiones. Sevilla pudo con todo, como casi siempre, como decía el alcalde andalucista cuando le preguntaron por nuestra capacidad para organizar las fiestas mayores y el arranque de la Exposición Universal.

A nosotros, al menos, nos queda mucho del espíritu del 92, no como a Barcelona, que hoy no la reconoce ni la madre que la parió. Hasta O’Kean, el maestro sastre, asegura en una entrevista que en Barcelona se viste mucho peor en los últimos quince años. Es curioso que toda decadencia se manifieste siempre en diversos órdenes.

La indolente Sevilla puede estar orgullosa de mantener mucho de lo aprendido y vivido en aquel maravilloso 92. No tenemos que incurrir siempre en el pesimismo. En contraposición, Barcelona ha perdido grandeza, espíritu universal y la marca de concordia entre pueblos y cultura por culpa del lastre separatista, del nacionalismo excluyente y empobrecedor.

Sevilla aspira hoy a acoger la sede de la Agencia Espacial Española, aunque sufra al mismo tiempo el desmantelamiento de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos. Sevilla estrena un vergel en Torneo, ¡por fin!, aunque le reste todavía mucho por hacer contra ese urbanismo moscovita, duro e inhabitable. Hay que seguir, alcalde, hay que seguir. Hay que fomentar espacios con más sombra, vegetación y fuentes.

No nos dejan ser la capital, como reconoce el Estatuto de Autonomía, pero podemos serlo de facto en muchos de los aspectos que son propios de las grandes ciudades. Episodios de violencia lastran muchas ciudades los fines de semana, no hay más que leer los periódicos, sobre todo los de Barcelona. Sevilla, por fortuna, parece una isla del estado del bienestar sin que perdamos el sentido de convivencia en la calle.

Miles de personas corren por la vía pública, acompañan a un paso de palio o están simplemente en los bares. No nos conformemos nunca, pero de momento podemos esbozar una sonrisa de orgullo. No olvidemos que la estabilidad se pierde en un minuto. Un día llega la piqueta y destroza todo, como las casas del 29 de la Avenida de la Palmera. Vamos mejor que la en otros tiempos envidiada Barcelona, pero eso es gloria efímera en un mundo globalizado.

 
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