Que ser valiente no salga tan caro

Córdoba

La fiebre de la fiscalidad se ha apoderado de los habitantes de esta hermosa ciudad. Ni Cosmopoética ha conseguido desviar las conversaciones. Hemos cambiado la poesía por el IRPF. Y esto, bien mirado, no es una desgracia cualquiera.

A estas alturas de la historia de la civilización, debiera estar asumido que vivir en sociedad implica tributar según nos corresponda. Y aunque es sano revisar periódicamente la forma y cantidad en la que cada persona debe contribuir, lo que no es sano es que la gente viva con miedo.

Es un desastre de dos caras, por un lado está la realidad palpable, esa que han vivido los vecinos de Aguilar al perder su ambulancia y, por otro lado, está el miedo interior de no saber cuánto más perderemos. Mujeres y hombres agotados de calibrar si esta nueva sociedad, sin impuesto al patrimonio, dará cobertura a sus necesidades médicas, de educación o de cuidados.

Grave, muy grave ambas caras, pero me voy a detener en la segunda, porque el miedo bien administrado nos vuelve cobardes. Puro instinto de supervivencia que nos lleva a callar ante abusos, negligencias, falta de transparencia, nepotismo y un sinfín de delitos que no solo nos roban derechos, sino que además se filtran por nuestros poros y van anestesiando nuestros impulsos de defensa.

Algo tan salvaje como es el robo de la valentía debiera estar tipificado por los legisladores, ya que está en la base de las sociedades más sucias y desiguales de nuestra historia.

Hoy, libre de miedo, vuelvo a la poesía, añorando una sociedad donde ser valiente no salga tan caro. Y recuerdo con especial nostalgia aquella bella escena de Los amantes del Círculo Polar, en la que Ana, despojada de cualquier temor, le pide a Otto que sea valiente.