In memoriam

Córdoba

La marcha de conciudadanos y personas de relevancia social o cultural es una constante. Cada año nos abandonan un ramillete de flores cortadas por la implacable guadaña del tiempo. Pero es cierto que el último trimestre de 2022 estuvo marcado especialmente por pérdidas significativas. Carlos Hacar (septiembre), Carmen Blanco (noviembre), Rafael Mariscal (diciembre) o Ginés Liébana (el mismo 31) son algunos nombres propios de la vida cordobesa que la pasada vuelta al sol nos arrebató. Sé que me dejo a muchos, y por supuesto al resto de compatriotas anónimos a los que cada día lloramos, como a mi abuela Sara, que se marchó aún no hace ni dos meses. Pero tengo la sensación, sin que sirva de precedente esto de ser complaciente, que en concreto estos cuatro personajes se marcharon sabiendo que su ciudad los respetaba y reconocía su labor. Nombramientos, homenajes, honores, muestras de afecto… Carmen, Carlos, Rafael o Ginés nos valen aquí como ejemplo de que Córdoba empieza a saber saldar las cuentas con los hombres y mujeres que hacen de su tierra un lugar mejor. Quizá no siempre, quizá no de la mejor manera, pero poco a poco hemos ido dejando atrás la desidia y la ingratitud que tanto caracterizó a nuestra costumbre local, pues pensemos que al gran Ramón Medina se le hizo hijo predilecto treinta años después de su fallecimiento. Eran otros tiempos. Tomemos nota de estos en los que hemos aprendido a querer en privado y también en público. La muerte es inevitable, pero el olvido no.