En la muerte de un joven investigador

Sevilla

Demasiadas veces damos protagonismo en los medios a quienes no hacen cosas sustanciales por la sociedad. En demasiadas ocasiones quedan orillados por un motivo o por otro quienes trabajan para facilitarnos mejores condiciones de vida. Sufrimos una fuga de talento pese a que tenemos más universidades que nunca, más oportunidades de formación que nunca, más facilidades para adquirir conocimientos que nunca.

Se nos ha fugado, pero esta vez a la eternidad, el investigador Emilio Gómez González, un sevillano muy joven, demasiado joven para morir. Se quedó aquí, a trabajar entre nosotros, a ayudar a hospitales y cuerpos de seguridad del Estado, a hacernos más fácil la vida, a poner su conocimiento a nuestro servicio.

La muerte es una guadaña que a veces tiene la crueldad añadida de avisar con poco tiempo.

Emilio era de los sevillanos que representaban el equilibrio perfecto entre la ciencia y la fe, entre la cultura y la fe, la prueba de que la ciudad puede mantener sus tradiciones y estar en la vanguardia de muchas investigaciones. La demostración de que esa Sevilla anhelada existe, no se reduce a lemas interesadas en campañas electorales.

Con su muerte hemos perdido como sociedad y como ciudad. Este enero frío y triste no deja de hacernos tiritar. Brille para Emilio la luz perpetua de los mejores Martes Santos que vivió con su cofradía de la Universidad. No podía ser otra.