Cuando la mujer barbuda se sentaba en el salón de casa

Córdoba

Hace exactamente 30 años, la Mujer Barbuda se sentaba en el salón de tu casa en Conde de Vallellano. Llegaba a media mañana, entraba sin llamar a la puerta y ya no se levantaba del asiento hasta que el último borracho no abandonaba el recinto ferial bien entrada la madrugada. Cuando no invadía tu casa la Mujer Barbuda, lo hacía el Monstruo de Guatemala, ese ser de otro mundo recién sacado de las grietas del terremoto que asoló el país centroamericano a mediados de los setenta.

La Feria de Córdoba se te metía en el cuerpo por lo civil o por lo criminal. Si no te perseguía la Chochona, te mortificaba la bocina del Gusano Loco, de cuya fuerza centrífuga no quiero ni acordarme. La Montaña Rusa fue un salto cualitativo que amenazaba cada año con incrustarse en la cocina de cualquier desgraciado de Camino de los Sastres. Eran los años en que la Zona Acústicamente Saturada apenas era una quimera cursi de gente afrancesada.

La Feria de Córdoba era entonces una bomba de neutrones en el corazón de la ciudad. Y con el correspondiente permiso de la autoridad competente. Su fuerza destructiva arrasaba los Jardines de los Patos como si hubiera pasado un ciclón. Allí, por cierto, se nos apareció como caído del cielo el primer concierto de Leño en la Caseta Pama. Que todo no va a ser infierno y desorden.

Hoy, 30 años después, aún resulta inexplicable cómo pudimos vivir en medio del caos durante tanto tiempo. Y, si no, que se lo pregunten a la Mujer Barbuda.