La condena del calor
El subdirector de Diario de Sevilla, Carlos Navarro Antolín, reflexiona sobre las altas temperaturas como castigo a una ciudad con demasiados dones…
La condena del calor
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Sevilla
El calor es una penitencia. Las olas de calor son un castigo. Siempre he pensado que estos días tórridos con noches tropicales son una suerte de condena para compensar la larga lista de dones que tiene una ciudad como Sevilla. La Aemet vaticina un récord para el próximo lunes 10 de julio: 46,7 grados.
Ni se puede ni se debe tener todo, se decía en tiempos. Sevilla sufre con estos calores. Procuramos seguir haciendo nuestra vida, pero con calor todo cuesta el doble. El calor nos reduce, nos limita, nos resta horas para vivir, nos obliga a quedarnos en casa siempre que se pueda.
El calor nos recuerda como ningún otro factor que somos seres vulnerables, dependientes del agua que cada día nos falta más. El calor nos fatiga y solo con el humor, la guasa y el chiste encontramos un escape. Cuando un mes de marzo nos encerraron por la pandemia alguien dijo: “Tranquilos, el virus no soportará el calor de Sevilla”.
En efecto no podemos tenerlo todo. La belleza, la luz, la alegría, los monumentos, los primeros en viajar en Alta Velocidad, el río navegable, las Esperanzas, el color especial, las fiestas radiantes, el otoño cálido, la Costa de la Luz a una hora y la Costa del Sol a dos…
Más vale pensar que Sevilla de alguna forma se perfecciona con este calor. Se hace perdonar los éxitos. Porque como sigamos creyendo que es un castigo, algo muy malo hemos tenido que hacer. O, mejor dicho, que perpetrar.