Periodismo ético

Córdoba

Hoy se ha celebrado el funeral del Álvaro Prieto. A pesar de que la familia pidió vivir la despedida de su ser querido en la más estricta intimidad, las conexiones en directo en televisión no se han evitado. Los datos mandan. Todo por la audiencia, que da el dinero. No es lo que nos enseñaron en las facultades de comunicación.

Nos explicaron que debíamos garantizar el derecho a la información, aplicar el criterio del interés informativo. Y tener responsabilidad. Desde luego, no nos dijeron que divulgáramos el dolor. O que solo nos moviera alimentar constantemente el morbo del público aunque no hubiese nada nuevo que contar. Y, créanme, es difícil salir de esa rueda. Decir no y parecer que quedas atrás. Pero hay que ejercer el periodismo. De eso se trata.

Desde luego, quienes ejercemos esta profesión tenemos que contar noticitas terribles, como la muerte del joven cordobés. Empatizar con la realidad que transmitimos. Y buscar la información que debemos dar al respecto. No hay que confundir esa labor fundamental para la sociedad con rentabilizar las tragedias. Debemos informar. Pero tenemos criterios profesionales y códigos éticos. Y los debemos hacer valer.

Porque en este momento de polarización en las redes sociales, de personas que vierten odio y mensajes falsos porque son ajenas a las normas de esta bella y denostada profesión, caer en sus mismos errores, vendiendo dolor y vísceras, nos deslegitima. Y tira un poco más de tierra sobre un oficio que está en la base misma de nuestra democracia.

Hemos contado todo lo importante que debíamos saber de la trágica desaparición y muerte de Álvaro Prieto. Ya habrá tiempo de contar las conclusiones de toda la investigación posterior, si alguna novedad fuera relevante para mejorar cualquier fallo del sistema. Pero hoy era el día de su familia. Hoy tocaba respeto. Hoy debíamos demostrar que somos periodistas y no nos dejamos encerrar en la rueda equivocada del mercado. Si no, nuestro futuro cada día será más incierto.