La parilla
Firma de Opinión de la periodista cordobesa Irene Contreras.
La parilla. Irene Conteras
01:57
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1699958535148/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Córdoba
Si la de Antonio Machado son recuerdos de un patio de Sevilla, mi infancia son recuerdos de una parilla en el barrio de Fidiana. Una tapia a medio derruir que separaba un solar de la primera calle de Cañero, tratando de cerrar con escaso éxito el espacio de entrada a las cocheras y que los niños usábamos para saltar de un lado a otro. No sabría decir cuándo se rompió la parilla, pero a los niños de mi calle nos venía bien que estuviera así porque no teníamos que dar la vuelta a cuatro bloques de pisos para jugar a la pelota: bastaba con un pequeño salto que, además, se sentía como un ritual de iniciación. Si saltabas la parilla es que ya eras 'mayor', un miembro de la tribu.
Un día reconstruyeron la parilla, levantando un muro de unos dos metros que todavía podía saltarse fácilmente en una dirección. Del otro lado suponía un reto asumible si no te daba miedo volver a casa con algún cardenal y las manos peladas. Cuestión de entrenamiento, un rocódromo de pequeño formato en un barrio que por aquel entonces apenas tenía atractivos para los niños de mi edad. Tiempo después cerraron las cocheras con una valla de forja y la parilla dejó de sernos útil, porque si conseguías treparla te quedabas encerrada tras los barrotes.
Aquella tapia fue seguramente mi primera experiencia con el urbanismo duro, y aquella valla la primera vez que el concepto de propiedad privada me puso triste porque limitaba mi libertad.
Esta no es la típica columna que se queja de que los niños ya no jueguen en la calle. Si yo hubiera tenido Minecraft y una consola que no fuera la Megadrive vieja de mi prima quizás tampoco habría jugado tanto en la calle, y hoy no sería periodista sino tal vez arquitecta o urbanista y podría diseñar una ciudad sin parillas limitantes que te impiden rescatar la pelota cuando la fuerza del lanzamiento la envía más allá de los dominios de lo público. Tanto la parilla como la valla siguen ahí; la que ya no juega a la pelota soy yo, pero a veces pienso si aquel acontecimiento habrá contribuido a moldear mi manera de ver el mundo, cuánto de lo que hoy odio o defiendo tiene ahí su origen. En aquellos días azules y aquel sol de la infancia.