Lo ordinario

Córdoba

En esta ciudad nunca pasa nada increíble, solo lo de siempre. Obras que se retrasan, trenes que se retrasan, lluvias que se retrasan. Como mucho nos saca de la rutina un vuelo chárter despegando de un aeropuerto sin aviones, la inauguración de un edificio que de tanto esperarlo ha dejado de importarnos, ese intangible que es la base logística, casi una entelequia, un futurible al que todavía no le vemos ni los cimientos pero que llena titulares y campañas electorales y proyecciones macroeconómicas.

Lo que sí nos pasa es lo ordinario. La agenda informativa sigue una rutina periódica: en unos días leeremos sobre el precio del marisco y después el primer bebé del año, la cuesta de enero, el pronóstico de lluvia para Semana Santa, el efecto de la sequía en la campaña de cítricos, la temporada alta turística, vecinos quejándose del ruido, los Patios perdiendo su esencia, las primeras olas de calor del año más caluroso hasta la fecha y así hasta que llegue agosto y haya que inventarse lo que pasa, porque ahí sí que nunca pasa nada. A veces compadezco a mis amigos periodistas por vivir en el día de la Marmota, pero luego me acuerdo de lo divertida que es una redacción y se me pasa.

Porque entre datos del INE y consejos rectores de Urbanismo hay también historias de humanidad, gente a la que le va bien, nutrias en el río, los memes de la Cabalgata de Reyes, artistas locales con proyectos comunes, magia sanitaria en los quirófanos haciendo milagros con pocos recursos, un buen partido del Córdoba, crónicas divertidas de la aburrida actualidad política, quizás hasta alguna serpiente de verano que nos salva el agosto.

En esta ciudad nunca pasa nada increíble, solo lo de siempre: un montón de gente con más fuerzas para quejarse de todo lo que no nos pasa que para celebrar lo que sí. Y no seré yo quien cuestione a los que se quejan, pero hay una distancia abismal que separa la crítica legítima del club de los vinagres. En 2024 pretendo seguir en armas contra la angustia. Y en esta ciudad en la que nunca pasa nada increíble, abrazar lo ordinario es casi un acto revolucionario.