Ya no hay doce palmeras
Firma de Opinión de Gonzalo Herreros, profesor de Historia
Ya no hay doce palmeras. Gonzalo Herreros
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Córdoba
Este pasado fin de semana Córdoba ha sufrido una embestida de la naturaleza que nos ha recordado lo vulnerables que somos. Un tornado de esos que solo salen en las películas, ráfagas de viento y lluvia, que dejaron un centenar de árboles caídos, como las estatuas de los dictadores, en varios rincones de la ciudad, y decenas de llamadas a emergencias en unas pocas horas. Para tristeza de Ramón Medina, ya no hay doce palmeras meciéndose al compás en el Patio de los Naranjos.
Esta ciudad en la que casi nunca parece pasar nada, la lorquiana lejana y sola que para bien o para mal apenas si abre portadas más allá de nuestros códigos postales, se convirtió en un dantesco escenario fruto de la cara más implacable de los dioses. Pero a poco que echemos la vista atrás comprobamos que nuestra tierra sí que ha sufrido calamidades que han dejado huella. Fruto de una tormenta destructiva hubo que reconstruir la muy dañada torre de la catedral a finales del siglo XVI. El bárbaro terremoto llamado de Lisboa de 1755 hizo caer cascotes por doquier y partió en dos uno de los muros de la sala capitular de San Pablo, hoy Sala Orive, cuya enorme grieta aún se puede ver. El santuario de la Fuensanta está lleno de azulejos que marcan los hitos de crecidas y riadas del Guadalquivir durante dos siglos.
Aquí, como en todos los lugares, sí que pueden pasar y pasan desgracias y desastres. Pero la clave es estar preparados, y no acordarnos de Santa Bárbara solo cuando truena. Es en las duras cuando se comprueba el músculo de un municipio y del resto de las administraciones públicas en sus equipos de bomberos, protección civil o guardias forestales, cuya inversión no es un gasto sin más, sino la mayor de las garantías de que cuando pinten bastos, tengamos mano con que seguir la partida