Hierbas vecinas

Bellis silvestris, Andryala integriflora, Portulaca Oleracea… son vecinas que habitan nuestros parterres, empedrados y aleros. Hierbas urbanas, mal llamadas malas hierbas, que nos alegran la vista y contribuyen a la polinización de los cultivos, la mejora de la calidad del aire y la amortiguación de las altas temperaturas. Las hierbas vecinas, como las llama la bióloga Sara Parras, desempeñan un papel vital en los ecosistemas urbanos saludables y sostenibles y son un integrante fundamental en las zonas verdes, y no tan verdes, de nuestros barrios.

Hay lugares, aceras, plazoletas, en donde la única mancha verde, de vida, que podemos encontrar, son ellas, formando pequeños cuadros dignos de ser pintados por Durero, como observaba días atrás la artista plástica Nieves Galiot en la Cuesta del Bailío, o en alfombra maravillosa en el intersticio del empedrado de bolo al pie del Cristo de los Faroles.

La costumbre de los servicios municipales es limpiar, eliminar cualquier rastro de verde en aquellos lugares fuera del control de Parques y Jardines, y mi opinión es que estamos perdiendo una oportunidad de gestionar adecuadamente este recurso que nos regala la naturaleza para contribuir a una ciudad más saludable. A parte, creo que es una señal que nos conecta con nuestro pasado de ciudad agrícola, apegada a la tierra, fortalece nuestra imagen de ciudad a medio camino entre lo modesto y rural y la urbe moderna. El turismo viene de la Gran Vía, mármolizada e impoluta como el salón de una casa y se sorprende al entrar en Capuchinos y observar cómo aún se conserva esa austeridad semirural, cal, piedra y verde.

Cuidemos del tomagallos, la verónica, la asperilla, la verdolaga, nos alegran el día.