Traición

Recién acabada la Semana Santa, me asalta una reflexión un tanto extraña. En los 26 años que llevo impartiendo docencia, habrán pasado por mis clases unos 6000 alumnos, y ninguno de ellos se llamaba Judas, es más, no conozco a nadie que se llame Judas. Me dirán que es normal, que es un nombre con una connotación negativa, a fin de cuentas, Judas Iscariote, uno de los 12 apóstoles de Jesucristo, entregó a su maestro a los romanos y, a cambio, recibió 30 monedas de plata. Poco después, Jesús murió crucificado y Judas se ahorcó. No deja de ser irónico que etimológicamente Judas signifique “alabado”. Para muchos es el gran traidor de la historia de la humanidad, al lado de personajes como Bruto, Casio o Caín. A todos ellos Dante los sitúa en el 9 infierno de su Divina Comedia, el peor de los infiernos, reservado para los grandes traidores.

David Hume, el filósofo, sostenía que la traición y la crueldad, son los más perniciosos y odiosos de todos los vicios, atributos de pueblos bárbaros. El desarrollo civilizatorio es imposible cuando la traición se convierte en hábito.

Traicionar implica quebrar, romper, fraccionar el código moral minando la confianza, y cuando la moral está herida de muerte, se incrusta en la sociedad la sospecha y el descrédito.

Los motivos por los que Judas traicionó a Jesús se desconocen, pero las consecuencias están claras. Y con esa misma claridad contemplamos la creciente desafección de los jóvenes hacia la política. Muchas serán las causas que lo motiven, pero no dudo que el sentimiento de traición es una de ellas. Y cuando la traición se torna costumbre, la barbarie campa a sus anchas, con el peligro de que, a los bárbaros, llegado el momento, 30 monedas de platas les resulten insuficientes.

Feliz lunes.

Únete al canal de WhatsApp de la SER

José Carlos Ruiz

@srjosekarlos