La feria de los (carteles) discretos

Acostumbrados a mirar a Sevilla en demasiados negocios, Córdoba necesitaba este 2024 de una polémica sobre algún cartel para no ir a la zaga. Y le ha tocado al de nuestro mes más internacional, mayo y todos sus regocijos. Una celebración que otrora ha tenido otros carteles que dieron no poco qué hablar al propio y al extraño, como el protagonizado por el joven de camisa blanca y catavino y claveles en mano (2013), el de la niña haciendo pompas (2015), o el de la muchacha alicaída de hombros al aire (2017), así como otros más naif y herederos del collage. Llueve sobre mojado en esto del referir inconforme sobre nuestra propaganda festiva.

En esta ocasión la crítica ha venido por los rasgos exóticos y conocido origen mexicano de la modelo, que al parecer de algunos no representa la sociedad cordobesa en general, ni a la mujer propia, icono de adusta belleza, en particular. ¡Qué cortedad de miras! ¿No es acaso un guiño, involuntario y casual pero bellísimo, a nuestros vínculos con América? Con las decenas de cordobeses que conquistaron y gobernaron el Nuevo Mundo, con las Córdobas que allí pueblan el territorio desde Estados Unidos a Argentina, con el córdoba, moneda de Nicaragua, con los dos virreyes americanos que yacen sepultados en la Mezquita-Catedral, como también lo está el Inca Garcilaso, o como ese coro de caoba caribeña que la completó a mitad del XVIII. Mejicanos son también el Cristo Esparraguero y otros cuatro repartidos por nuestras iglesias, y en América murieron, en otros cordobeses ilustres, Antonio Jaén Morente. ¿No fue en Córdoba donde se gestó la aventura de ir a las Indias por Occidente entre Colón y los reyes de Castilla y Aragón?

Superemos clichés chauvinistas y abramos las entendederas. América no sería lo que sin Córdoba ni los cordobeses. Sea el guiño a la belleza de las mujeres de allá, que tendrán a buen seguro sangre de las de acá, otro acercamiento más a la unión entre ambas orillas del Atlántico.