El termómetro cordobés

En un día tan bonito como éste, en el que conmemoramos todas las vidas que nos regalan los libros, yo vengo a reivindicar una nueva y mejor vida para Córdoba. Una vida que no muera en el mes de abril, una vida que no mate a golpe de grados centígrados.

Sí, hoy vengo a hablar del calor. Quienes me conocen saben que es un tema que me ocupa insistentemente. Y es que a día de hoy, los termómetros ya empiezan a asustar y pintan el mayo festivo con tintes de Ferragosto.

La huida masiva del público local -el que pueda- en busca de una buena sombra se contrapone, como en un cuadro de Caravaggio, con la llegada de turistas enrojecidos, que no hallarán sombra alguna hasta la instalación de unos toldos que ahora empiezan a licitarse.

Ese sería mi cartel para el mayo cordobés, un cartel denuncia repleto de preguntas: ¿para cuándo un diagnóstico serio que recoja nuestras debilidades climáticas?, ¿para cuándo un decálogo de actuaciones?

Razones hay a puñados: personas mayores recluidas en sus propias casas; niños y niñas sudando en unos colegios que año tras año se están, se van o están a punto de ser bioclimatizados; personas sin hogar que de pura desesperación se esconden del calor bajo sus mantas; árboles que se rinden, edificios que colapsan, transportes que se vuelven insalubres…

Córdoba tiene muchas singularidades que la hacen única y una gran singularidad que la hace intransitable durante muchos meses. Es urgente y es vital abordar este aspecto de forma integral, haciendo de la necesidad virtud y colocando a esta ciudad como centro de referencia del clima.

Es el único camino para que Córdoba nos dure todo el año.