La revolución del vencejo
Firma de Opinión de Guillermo Contreras, activista medioambiental
La revolución del vencejo. Guillermo Contreras
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Marina vive frente a la iglesia de San Antonio, en un pueblo de la sierra. A los seis años recogió y cuidó su primer pollo de vencejo, caído de alguno de los numerosos nidos de esta especie ocupados en la fachada de la iglesia.
Con la ayuda de su hermana mayor y de Clara, su vecina, consiguió sacar adelante al pollo, que voló a las tres semanas de ser recogido.
A partir de aquel año, cuando los vencejos volvían de su emigración y anidaban de nuevo, Marina no quitaba ojo de la fachada y recorría su perímetro varias veces todos los días buscando algún pollo caído.
Afortunadamente para ella -y para los pollos-, raro era el año que no conseguía recoger y criar algunos ejemplares hasta que eran capaces de emprender el vuelo.
Hoy Marina está colgada con un arnés y con cuerdas de escalada en la pared de San Antonio para evitar que los operarios que trabajan en la rehabilitación de la iglesia tapen las oquedades condenando a los vencejos a vagar buscando algún edificio que les permita realojarse.
Las obras están paradas porque, además de la “colgada”, a los pies de la iglesia ha brotado un campamento de activistas reclamando que la rehabilitación no tape los huecos y que las obras se detengan en periodo de cría.
Y ha brotado también un comedor social, una Olla Popular, como la llaman las mujeres del barrio, para dar de comer a las activistas. Y han brotado otras “colgadas” en otras iglesias, en otros pueblos, y otros campamentos y más Ollas Populares…
Ahora es cuando las autoridades empiezan a poner a los vencejos en su diccionario y en su libreta de prioridades…
Pero ya es demasiado tarde. La que los historiadores llamarán “la Revolución del Vencejo” ha comenzado y ya no hay modo de detenerla...