Mayo

El mayo cordobés se ha convertido en un referente nacional e internacional. La afluencia de visitantes crece de una forma exponencial año tras año, para alegría de los comerciantes, restauradores, hoteleros y propietarios de pisos turísticos. Pero también para sufrimiento de los vecinos del casco histórico, que añaden las aglomeraciones de estos días a las dificultades que ya sufren con la semana santa y con la multitud de procesiones que han proliferado a lo largo del año en los últimos tiempos.

Las largas colas taponando las estrechas calles para ver determinados patios, dificultando el desplazamiento de los vecinos, es el precio que hay que pagar por salir en los telediarios. Sin embargo daba orgullo ver estos días a los guías con sus banderitas en alto dirigiendo a numerosos grupos de visitantes de patio en patio. Consolaba ver como los visitantes felicitaban a los dueños, la mayoría muy mayores, que durante todo el año y con un gran esfuerzo han trabajado duramente para presentar durante unos días la belleza que han logrado. Sin esa generosidad que derrochan, la fiesta no existiría. Y además lo hacen gratis y sin barra para sacar dinero.

Las cruces son otra historia. Aquí si que se hace para sacar dinero. Hemos visto cruces pequeñas y apartadas con barras inmensas. Y hasta barras sin cruces. El protagonismo no lo tiene la cruz lo tiene la barra de forma descarada. Los botellones en que se han convertido algunas cruces, los altavoces con sonido atronador que impide el descanso de los vecinos, el comportamiento incívico de los visitantes vaciando sus vejigas en los portales de las casas próximas, son hechos que denigran la fiesta y sufren los vecinos.

Pero mientras las Hermandades y Cofradías continúen profanando el modelo y nadie lo corrija, no hay mucha esperanza de que cambien.