Islas y cordilleras

Las palabras, queridos contribuyentes, las carga el diablo. Ahí tienen, por ejemplo, la expresión ‘tanque de tormentas’, que es una locución que acojona una barbaridad. No sabíamos lo que era un ‘tanque de tormentas’ hasta que apareció de repente una isla de toallitas en el río Guadalquivir una fresca mañana de enero de 2023. Las toallitas, dicho sea de paso, están conquistando el mundo en una metáfora de la modernidad y sus excesos verdaderamente asombrosa.

Para embridar a las toallitas y al universo de basura urbana que se precipitan al río con las avenidas de agua, nuestros munícipes están construyendo un ‘tanque de tormentas’ en las entrañas del Balcón del Guadalquivir. Y oiga: doctores tiene la Iglesia. Pero claro: en el mismo lugar donde el ‘tanque de tormentas’ nos salvará de los desagües de nuestras miserias, la semana que viene, sin ir más lejos, miles de jóvenes montarán su ‘botellón, que es otra palabra que nos hiela la sangre.

El señor alcalde asegura que en el Balcón del Guadalquivir hay sitio suficiente para conjugar el ‘tanque de tormentas’ y el ‘botellón’, que, como usted sabe, son dos artefactos de la lengua española que los carga el diablo. El año pasado, la marabunta dejó una cordillera de botellas de plástico y cajetillas de Winston, que ríase usted de la isla de toallitas que emergió en el río una fresca mañana de enero de cuyo año no quiero acordarme.