Alberto Almansa
Firma de Opinión de la periodista Rosa Aparicio
Alberto Almansa. Rosa Aparicio
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Dijo Carlos Castilla del Pino, de cuyo fallecimiento se cumplen hoy quince años que “tener memoria del otro, recordarlo, es dotarlo de existencia”. Cinco años después, un 17 de mayo, nos dejaba de manera abrupta y cruel el periodista cordobés Alberto Morales Almansa, Alberto Almansa, como él mismo quiso firmar sus trabajos periodísticos en los últimos años, o simplemente Alberto, para quienes tuvimos el regalo de su amistad. Siempre generosa y sincera. Impetuosa y autentica. Porque Alberto no sabía darse de otra manera. Ni en la vida ni en el periodismo.
Han pasado diez años desde aquella desgarradora tarde de sábado y muchas cosas desde entonces en este mundo disparatado y casi apocalíptico en el que navegamos casi siempre entre el sobresalto y la zozobra. Una y mil veces me pregunto cómo nos lo contaría Alberto. La respuesta es una certeza: lo haría desde el corazón. El mismo corazón que nos lo arrebató.
Si algo definía la trayectoria vital y profesional de Alberto Almansa era su incuestionable humanidad. Humanidad en sus afectos, en su manera de entender y saborear la vida y vestida de rebeldía en su manera de informar, dando voz a los sin voz y entendiendo el periodismo como un deber ético y una responsabilidad social.
Alberto siempre tuvo presente que los medios de comunicación debían ser un servicio público, una herramienta al servicio de la ciudadanía y, especialmente, de las personas más vulnerables.
No es de extrañar que, tras su marcha, los colectivos a los que Alberto siempre escuchó le hayan rendido el mejor de los homenajes: la creación de un premio con su nombre para reconocer a quienes fijan su mirada en esas historias con alma, a menudo silenciadas, que él tan bien nos contaba.
Sé que Alberto estaría feliz con esta iniciativa impulsada por quienes fueron protagonistas de muchos de sus trabajos, que reconocen esa profesión, la periodística, a la que él dedicó su vida y que creen que otra manera de informar no solo es posible, sino necesaria para la salud democrática de nuestra sociedad.
Mientras tanto, siempre seguiremos escuchando su voz entre otras mil.