La medicina del pensamiento crítico

Cada semana me siento a escribir estas líneas intentando mirar más allá. También más acá, porque la verdad que nos rodea a veces se nos hace invisible.

Tras años de ejercicio del periodismo, mejor dicho, inmersa en esta vida que los periodistas entregamos en gran medida a la profesión, quise recordar mis sensaciones cuando era una joven estudiante en Sevilla. Leía al menos tres cabeceras distintas todos los días. Escuchaba la radio. Adoraba las columnas de Manuel Vicent y las críticas del Cultural de ABC. Leía con gusto la retranca social de Ángel Antonio Herrera, la lírica deportiva de Santi Segurola y las esclarecedoras reflexiones de Rosa Montero. Nos turnábamos para comprar la revista Fotogramas y nos sacábamos todas las películas que podíamos de la filmoteca de la facultad. Siempre nos hacíamos con un ejemplar de Shangay. Sí, también veíamos Gran Hermano.

Pero todo eran estímulos, voces distintas. La polarización, en la que los medios también estamos poniendo nuestro grano de arena, nos está dejando una realidad muy aburrida. Y lo peor, peligrosa. Porque no estamos acostumbrados a escuchar a quienes no son como nosotros.

Y la única medicina es el pensamiento crítico. El que debe insuflarse en las escuelas, tan importante para vivir en este mundo como las matemáticas o el inglés. Pero en vez de eso seguimos arrinconando la filosofía o menospreciando valores cívicos, que bien podría servir para ayudar a los más pequeños a pensar por sí mismos y saber moverse entre tanta información.

Nos jugamos el progreso o la regresión. Y como dice Daniel Innerarity, el progreso implica "ensanchar el nosotros". Si no, la división engordará a los reaccionarios y perderemos todos.

Únete al canal de WhatsApp de la SER