Escucha «Una de cal y otra de vizcaína», de Marcos Martínez

Me desperté en mitad de la noche, me di media vuelta y continué durmiendo a pierna suelta. Entienda el sufrido escuchante que esta entrada de la vizcaína para nada es relevante, pero como habitualmente les hablo de mi insomnio, me parece justo que les informe que también disfruto de momentos de sueño muy reparadores. Ya por la mañana, me dispuse a leer los titulares de la prensa mientras degustaba una taza de café. Los periódicos no decían nada nuevo. Ya saben: que si un nuevo ataque israelí con un montón de críos escabechados, pero que si lo criticas es que eres de Hamás; que si Feijoo declaraba el trigésimo infinito Apocalipsis por culpa de Sánchez; que si Sánchez escribía una nueva epístola a los españoles; que si el Madrid había ganado la Orejona (que la palabra me recuerda a una olla de menudo con garbanzos)… y me llamó la atención un artículo que hacía referencia a una tragedia ocurrida días atrás en el Everest.

Según parece, la masificación que hay a la hora de coronar el monte más alto del planeta, hizo que se desprendiera una cornisa de nieve y algunos montañistas cayeron al vacío. Decía el citado artículo que cada vez más millonarios se dan el capricho de pagarse una subida al famoso monte. Y claro está, si no estás preparado para semejante travesía, la ley de la gravedad o padecer la enfermedad del mal de altura no entiende de tener o no tener mucha viruta. El hecho me recuerda cuando hace poco otros adinerados tuvieron la feliz idea de meterse en un submarino para bajar a ver los restos del Titanic. Todos sabemos cómo acabó la aventura.

Vamos, que las leyes físicas no son distintas para los que tienen la cartera llena. Desafiar de forma tan absurda a la señora de la guadaña más tiene que ver con la estupidez, que ya lo dice la RAE: «Estupidez, torpeza notable en comprender las cosas». Cierto es que todos alguna vez cometemos alguna, como votar en las últimas elecciones a un partido que se llama Se acabó la fiesta, que no lo digo por su ideología. Cada uno puede tener su nivel fascista donde quiera. ¡Lo digo por el nombre! Que digo yo, si la vida en sí es una fiesta y debemos vivirla como tal… ¿ahora van a venir estos a quitárnosla? ¡Qué mundo este!