Los niños que vinieron del mar

Córdoba

Hace 20 años, comencé a trabajar como periodista en Motril para toda la Costa Tropical. Era muy joven y absorbía como una esponja todo ese mundo tan ajeno para una cordobesa de interior. El puerto, las reivindicaciones de los pescadores, los subtropicales o los pelotazos urbanísticos que amenazaban nuestras costas. Todo ello entre un intenso bullir político que caracterizó aquella etapa en la que la economía tocaba el cielo, previa a la crisis de 2008.

El puerto de día era el espacio de la gestión, de las idas y venidas de mercancías. Pero la noche era distinta. Recuerdo cuando recibí el primer mensaje del equipo de respuesta inmediata de Cruz Roja. "En una hora llegará al puerto una patera". Era casi de madrugada. Rápidamente bajé hasta el puerto, pasé al espacio perimetrado donde ya estaban otros compañeros. Y, custodiada por la Guardia Civil, llegó aquella embarcación. Repleta de caras asustadas, con frío. A mi izquierda, Cruz Roja preparaba mantas para recibirlos y acompañarlos al centro de recepción que la organización tenía allí mismo hasta resolver su situación. Bajaron uno a uno muchos jóvenes, mujeres con sus hijos y una chica embarazada. Fue una noche dura.

La primera de muchas. La espera siempre me parecía un nuevo encuentro con la desesperación.

Cuando escucho cómo hay comunidades que regatean con el reparto de menores no acompañados se me rompe el corazón.

Y esto está ocurriendo mientras todo el país celebra el gol de un niño de 16 años que representa unos orígenes que empatizan directamente con las historias de las niñas y niños que hoy están en centros de acogida. Especialmente en Canarias, que necesita ese reparto.

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Las comunidades deben ocuparse solidariamente de ellos. El gobierno debe garantizar recursos para hacerlo. Europa, definitivamente, no puede seguir mirando para otro lado y debe apoyar a los estados que reciben personas en circunstancias tan extremas. Las que llegan. Porque nunca debemos olvidar a las que se quedan en el mar.