Rubén García: "El futuro es para los intrépidos, para los temerarios, para los linenses y para los creen en una ciudad como La Línea"
Pronunció el discurso institucional del 154 Aniversario de la ciudad
La Línea
Nuestro compañero Rubén García Garzón ha sido el encargado de ofrecer, este pasado 20 de julio, el discurso institucional del 154 Aniversario de la Ciudad de La Línea de la Concepción. Aquí reproducimos el texto del dl discurso y el vídeo que recoge el acto celebrado en el Salón del Plenos del Ayuntamiento de La Línea.
Debo reconocer que todavía me cuesta creer que esté aquí, pronunciando este discurso, en uno de los días más importantes del año para nuestro municipio.
Hoy he recibido un honor impagable. Muchísimas gracias por el apoyo recibido y gracias sobre a todo a las personas que han hecho posible que hoy pueda vivir uno de los días más felices y señalados de mi vida.
Hace 154 años, un día como hoy 20 de julio, nuestro primer alcalde, Lutgardo Lopez Muñoz, tomaba posesión de ese cargo en lo que fue la Sesión del Acta de Constitución del Ayuntamiento de La Línea tras su segregación del municipio de San Roque.
Está en los libros de nuestra particular historia: La Línea de Contravalación o La Línea de Gibraltar como se denominó antes de aquel 20 de julio de 1870, no fue más en sus inicios que un campamento formado por cientos de personas que hacían artesanías y comerciaban con lo
que daba la tierra para abastecer a aquellos militares que se asentaban junto a Gibraltar para el asedio.
Nuestro municipio no ha tenido nunca sentido sin ese trozo de roca que tenemos ahí al otro lado. Y así debemos aceptarlo e incluso tenemos que dar las gracias.
La Línea siempre fue un pueblo obrero, condenado a reinventarse. Condenado a luchar y a levantarse ante las muchas adversidades que ha tenido que afrontar desde que se tiene conocimiento de su existencia. Y tal día como hoy en 1870, comenzó a despertar.
Los linenses quisieron y consiguieron que La Línea fuera un municipio independiente de San Roque. No fue fácil, debido a la oposición política y social de dicha localidad, que se negaba, con toda lógica, a perder una población que tenía una situación estratégica tan importante como La Línea, a los pies del peñón.
Pero el linense demostró que es tenaz. Casi siempre logra lo que se propone, si se lo permiten y no le ponen zancadillas.
Fue el 17 de enero de 1870 cuando se autorizó finalmente la segregación de La Línea del Ayuntamiento de San Roque, y se le concedió todo lo poquito que comprendía entonces su término jurisdiccional.
Así nace, con poco más de 300 habitantes, la ciudad de La Línea, cuyo casco urbano se limitaba a la Plaza de la
Iglesia, a la Plaza de la Constitución, a la calle Real, a la calle Jardines y a la Avenida España.
Contábamos entonces con un cementerio, con una comandancia, con una aduana que décadas después fue derribada, con dos cuarteles, con mucho mar y con mucha arena.
Un mar que tenía un amplia e intensa actividad en la playa de levante, en La Atunara, una barriada (entonces y ahora) de pescadores.
Eso sí, la Atunara no nació como un barrio más de La Línea, sino que sus orígenes datan nada más y nada menos que de 640 años antes que la propia ciudad de La Línea.
La Atunara sigue siendo santo y seña de un pueblo marinero, cuyas barcas todavía son protagonistas del amanecer único que nos deja ese lado de la costa.
Y fue a base de mucho esfuerzo, como un 20 de julio de 1870, empezamos a forjar nuestro futuro. Un futuro que ya entonces estuvo marcado por el ingenio, la alegría y la capacidad de diferenciarse que tiene el que es linense.
Y pocas cosas hay para un linense como su feria. De hecho no esperamos demasiado, tras nuestra fundación, para inventar algo que fuera santo y seña de nuestro pueblo.
En este 2024, se cumplen145 años de la primera feria de nuestra historia. Y ya por entonces, cuando apenas teníamos 9 años de vida como municipio independiente, nuestra feria comenzó de una forma tan peculiar como somos los linenses: aquí nos gusta divertirnos y vivir en la calle.
Es lo que nos diferencia siempre de lo que tenemos alrededor.
Mientras en otros pueblos, ya en aquellos tiempos, presumían de ferias reales que habían tenido su origen en las denominadas ferias de ganado o de géneros de la época, a nosotros nos dio por eso; por montar una fiesta a lo grande. Fíjense qué sencillo.
Fue en 1879 cuando se celebró la primera feria de La Línea de la Concepción, que nació en lo que todos conocemos como la Explanada, con motivo de la celebración del Corpus Christi a mediados del mes de junio de ese año. Incluso hay quien habla de que fue realmente cuatro años antes cuando tuvimos nuestra primera feria, con motivo de la proclamación como Rey de Alfonso XII y su posterior boda con María de las Mercedes.
Era un enclave distinto, el de la Explanada para la feria que luego conocieron nuestras siguientes generaciones, pero allí había, dentro de las posibilidades de la época,
iluminación, decoración y muchas ganas de pasarlo bien, que es lo que nos define a los linenses.
De nuestra feria, la envidia ha sido siempre el Domingo Rociero, que nació en la calle Real cuando las casas se abrían para celebrar entre vecinos el inicio de nuestra feria.
Y de nuestra Velada y Fiestas siempre fue referente nuestra feria Taurina, esa que ahora ha vuelto a relanzar Curro Duarte en una tierra de tanta tradición.
La tierra donde el gran torero de Ronda, Cayetano Ordóñez ‘Niño de la Palma’, padre del gran Antonio Ordóñez, vistió su primer traje de luces. Sí, fue aquí en La Línea donde empezó la dinastía de los Ordóñez, una de las más importantes de la tauromaquia.
Una tierra taurina y una plaza con solera. Está considerada como uno de los tres edificios más antiguos de la ciudad, junto con la Comandancia Militar, hoy Museo del Istmo, y la Parroquia de la Inmaculada.
La Línea ha contado con una relevante baraja de toreros que vistieron el oro y la plata. Muchos destacaron como matadores o novilleros y otros como banderilleros, acompañando a grandes toreros de la época.
Una plaza que ha sido testigo de grandes ferias taurinas y de rematados carteles con presencia de las figuras del
toreo de la época y de toreros nacidos aquí en nuestra ciudad.
Esta es la tierra de Carlos Corbacho, el torero más importante de La Línea; de Pepe Luis Segura, de Aurelio Núñez, de Landrove, de Carlos Pacheco, de Manciño, de Curro Escarcena, de Curro Duarte o de Miguel Ángel Pacheco.
Y es que La Línea de la Concepción siempre se ha caracterizado por el talento. Por ser la ciudad desde la que se ha exportado al mundo talento sin universidades.
Porque el linense también ha tenido que emigrar para estudiar, pero ha aprendido en sus calles y ha aprendido de sus orígenes lo que no te enseñan en el pupitre de una Facultad.
Somos la ciudad de Cruz Herrera, de David Morales, de Salustiano del Campo, de Ángel Garó, de Muñoz Molleda, de Quino Román, de Rafael Trujillo, de Juan Vázquez Toledo, de Rafael Almansa, de mi añorado y querido Juan Domingo Macías...
De cientos de personas que han contribuido con su trabajo y con su talento a hacer grande a este municipio.
Una ciudad donde muchos no han sabido encontrar sus bondades, y me refiero a aquellos que proyectan una imagen distorsionada y que por desgracia atentan a veces
contra nuestro prestigio y contra la idiosincracia de sus vecinos.
Miren, siempre he defendido que nuestras raíces son el fundamento de nuestra identidad y que nos definen como personas. A pesar de nuestra corta historia, La Línea es una ciudad de raíces. Es una ciudad con cimientos sólidos, pese a que muchos quieran tambalear esos cimientos.
Y hablando de esas raíces o de esos orígenes, quiero continuar con este relato sobre La Línea, en este día tan señalado para todos, con una historia que podría ser real.
Con una historia que tiene nombres y apellidos y que explica nuestra singularidad. Que explica porqué se viene a La Línea, en la mayoría de los casos, y porqué aquellos que vienen con dudas se enamoran de esta ciudad.
Ya saben eso de: “a La Línea se viene llorando y de La Línea se va uno llorando”.
Pongamos que uno de los protagonistas de esta historia era un joven que respondía al nombre de José, que había nacido en San Vicente de la Barquera, en la otra punta del mapa. A principios de los 40, tras una Guerra Civil muy dura a él, que era Policía Armada como se decía en aquella época, le comunican que se tiene que venir a prestar servicio a La Línea de la Concepción.
Imaginen como sería ese viaje para cruzar un país entero con las precarias comunicaciones que teníamos en la época. José tuvo como destino el paso fronterizo con Gibraltar.
Pepe, como pronto empezaron a llamarle en La Línea, se enamoró, se casó y formó una gran familia en el Patio Corona Chico, en el número 6 de la Calle San José.
En el corazón de una ciudad que no era lo que Pepe había imaginado.
Desde ahí, uno de sus hijos, Enrique, crecía viendo a lo que entonces era una ciudad que se reconstruía y que crecía en torno a la pujanza de Gibraltar.
Durante la Guerra Civil española, La Línea de la Concepción sufrió los estragos del conflicto, con enfrentamientos entre fuerzas de un bando y otro que dejaron cicatrices en la ciudad.
Tras la guerra, La Línea se fue recuperando poco a poco y volvió a ser un importante centro urbano de la zona.
Estamos en el ecuador del siglo XX. Qué difíciles pero qué bonitos debieron ser aquellos años en La Línea, que, quienes la conocieron, aseguran que se trataba de una ciudad que no tenía comparación con ninguna otra.
Enrique todavía recuerda el olor del Cine Imperial con el que convivía, el rugido del ambigú cuando se abrían las
puertas de lo que era un cine de altura “en una ciudad de cines”.
Alguna vez se alejaba de su entorno y se asomaba a esa calle Real, que ya por entonces tenía un tránsito insólito para la época, por la que discurrían parejas que no se podían ni dar la mano, pero que se enamoraban y hacían planes de futuro.
Una simple moneda en el bolsillo les permitía ver alguna película en el cine Cómico.
Los niños daban algunas carreras por los Jardines Saccone, que ahora han cumplido 150 años, o por un Paseo Fariñas, que todavía guarda esa esencia de aquellos años.
Era una ciudad de bailes en los patios, de ambiente sano y familiar. De ventanas abiertas, de convivencia entre vecinos. De sillas a las puertas de una hilera de casas bajas en un atardecer...
Poco a poco sin darse cuenta, La Línea estaba creando un legado imborrable; una Línea que todavía conserva ese espíritu de gente hospitalaria, dispuesta a compartir lo que tiene.
Dispuesta a abrirle sus brazos a todo el que viene dignamente a ganarse la vida. Porque aquí, de acoger a gente que nos visita sabemos un rato.
Todo eso, aunque vaya en el ADN de todo linense, se fraguó en esa ciudad de mitad de siglo.
Ese niño ya hoy abuelo, todavía recuerda cuando nació el Diario Área. Todavía recuerda la música de orquestas en esas reuniones que no se alargaban mucho más tarde de las diez de la noche.
Tampoco olvida a cómicos como el Brillantina, que hoy en día, con sus chistes y sus monólogos sería viral. Sería seguramente uno de los humoristas más aclamados de este país, si en aquella mitad del siglo veinte hubieran existido las redes sociales y los teléfonos inteligentes con los que todos hoy nos manejamos.
Dicen del Brillantina que no solo hacía monólogos insólitos para la época, sino que imitaba como nadie a narradores de fútbol argentino.
Y cómo él había mucha gente ganándose honradamente la vida, en una ciudad que empezaba a ver la luz.
Una ciudad que poco a poco se iba transformando y que llenaba sus calles, sus comercios y sus bares con la intensa actividad que generaba Gibraltar.
Antes de esa ciudad en periodo de transformación, también en los años cuarenta, había llegado a La Línea de la Concepción un granadino que respondía al nombre de Miguel, que vino para ejercer su vocación de en
Fue su primer trabajo aquí en La Línea. Más tarde, Miguel comenzó también a cruzar la frontera cada día, seguramente en alguna de estas coincidiría con Pepe, para trabajar en el Arsenal.
En ese ir y venir, Miguel se enamoró de una guapa joven de ojos claros. Y de ese amor nació Ángeles, una niña que vio la luz en el Patio Er Dique, en la calle Alba.
Luego, con sus ahorros, Miguel se mudó con su familia a la calle Sagunto, donde convivió junto a ese Hotel Universal que marcó una época.
Se decía que era el mejor hotel de toda la provincia de Cádiz. Se inauguró precisamente un mes de julio de 1948 y su apertura dio mucha categoría a La Línea.
Contaba con cinco plantas, con cien habitaciones, y contaba con teléfono, algo tan codiciado en aquellos años.
Esa niña conoció a cantantes de primera talla que se alojaban en el Hotel Universal.
A Rafael; a toreros que triunfaban en una plaza adonde todas las figuras del toreo hacían el paseíllo en cada feria.
Y a actores de la Compañía Teatro Benavente, siempre tan entrañables y tan cariñosos con La Línea, y a numerosos artistas que venían a actuar en esos años en los que la Velada y Fiestas (y a mucha honra llamarla así)
era ya lo que sigue siendo ahora: la mejora feria de España.
Enrique y Ángeles están hoy aquí, en este salón de plenos, y seguramente nunca imaginaron que algún día serían protagonistas de un discurso tan importante como el de este 20 de julio de 2024.
Nos adentramos en la mitad del siglo XX. La Línea seguía viviendo bajo la sombra de Gibraltar; al son del dinero que entraba por esa frontera que nos convertía en un municipio al que todos querían venir. Lo dicho: Feriantes, cabarets, cantantes, toreros...
A muchas personas de mi entorno les he confesado que llevo toda la vida soñando (dormido y despierto) con haberme criado en esas calles.
Con haber conocido aquella Línea de la Concepción. Y por eso quería, gracias a esta oportunidad que hoy tengo, rendir homenaje a la ciudad en la que me hubiera gustado nacer y crecer. En La Línea anterior al cierre de la Verja.
Eran años de esplendor. De cubos y cometas en la playa; de pescadores que llegaban en sus humildes botes a la Atunara después de noches muy duras alrededor del Peñón, pero con sus redes cargadas. Cuánta gente esperaba aquellos botes en aquel camino tan estrecho de la Atunara.
Cuánta hambre quitaron por tan pocos reales después de madrugadas de temporales en una Línea marinera, que también en eso era la envida de todos los municipios de su entorno.
La Línea de entonces era una ciudad bulliciosa. No alcanzaba un siglo de existencia pero había crecido de manera considerable.
Era un municipio próspero, ante la atónita mirada de las localidades de su alrededor, que no daban crédito a ese crecimiento tan fugaz y al mismo tiempo tan importante.
La Línea contaba con calles repletas de cabarets, de bares que se llenaban hasta la bandera. De comercios y puestos de mercado que traían productos de Gibraltar que solo se encontraban aquí.
Era una ciudad eminentemente obrera, pero estaba totalmente supeditaba al trabajo que se generaba en el Peñón.
Algo que, por desgracia, no terminamos de cambiar tantas décadas después, a pesar de todos los intentos por no depender de lo que hay al otro lado de la Verja.
Para situarnos en ese tiempo, comparto un informe realizado en aquella época por Encarnación Gil, profesora de Geografía e Historia en el Centro de Enseñanza Diego Salinas, que nos ofrece un retrato muy significativo de lo que era La Línea en aquellos entonces.
En el año 1954, con nuestra Balona por cierto en Segunda División (qué envidia), teníamos 71.510 habitantes censados. Había más mujeres que hombres por cierto.
Sí, teníamos más personas en el censo que las que tenemos ahora, en 2024. Y no fue el número más alto de habitantes, porque antes del cierre de la Verja, a finales de los sesenta, eran casi 100.000 las personas que vivían en La Línea de la Concepción.
Definía ese informe a La Línea como una sociedad “urbana” y que no se hallaba en una vida rural, como era lo lógico en esa fecha.
En ese informe, se reflejaba una población que se agrupaba formando una importante ciudad de trazado moderno y recto.
Una ciudad con una seña de identidad en su imagen: fachadas con dos crujías y casas bajas encaladas, construidas en ladrillos y mampostería.
Era una ciudad que apenas tenía agricultura por la falta de terrenos y por sus abundantes arenales.
Una ciudad sin ríos en la que las explotaciones agrícolas solo daban para el consumo de las familias propietarias
Algo similar era la ganadería, ante la inexistencia de prados.
La población crecía mirando a las faenas de la mar, principalmente desde la Atunara hasta la denominada Torre Nueva, y otra más reducida formada por el espigón de San Felipe. Eran años de sardinas, boquerones, almejas...
Y en aquella época sobresalía también una almadraba, que tenía una gran actividad en verano en la zona más próxima a Gibraltar, en el litoral de levante.
Una almadraba de atún, cuyas capturas se exportaban a otras localidades de la provincia.
Eran años de partidos de futbol de la Real Balompédica Linense, de nuestra Balona, en el viejo San Bernardo que, a los que tenemos la sangre blanca y negra, nos habría encantado conocer.
Un estadio que se llenaba cada domingo, en los que se agolpaban cientos y cientos de personas para ver a una Balona que marcó una época.
Aficionados que tuvieron la suerte de disfrutar del mejor futbolista linense de la historia, Juan Vázquez Toledo, que echó los dientes en el San Bernardo antes de jugar en el Madrid de Di Stéfano o de jugar en la Selección Española de Fútbol.
Pero hay una fecha marcada a hierro y fuego en la ciudad. El cierre de la Verja de Gibraltar en ese fatídico 1969 fue
un acontecimiento que tuvo repercusiones dramáticas en La Línea
Ese cierre, impulsado y ordenado por el régimen de la época en respuesta a las tensiones políticas con el Reino Unido, tuvo un impacto devastador en la economía local y en la vida de sus habitantes.
El cierre repentino de la frontera dejó a miles de personas sin empleo y sumió a la ciudad en una profunda crisis económica.
El cierre de la Verja de Gibraltar también tuvo un impacto social en La Línea. Muchas familias se vieron separadas. La incertidumbre sobre el futuro y la falta de recursos económicos llevaron a que muchas de esas familias tuvieran que tomar decisiones muy duras.
Y es que no hace falta que llegue un 20 de julio ni un aniversario de la fundación de La Línea para que todos entendamos la singularidad y también las injusticias que ha tenido que soportar un municipio degradado hasta cotas insospechables.
La tarta se la repartieron unos pocos tras ese 1969. A esta comarca llegó prácticamente de todo para todos, mientras que los que sufrimos las consecuencias de aquella decisión fueron las poblaciones de un lado y otro de la Verja. Aquí nos hicieron un Estadio, cerca del Peñón,
para presumir de un patriotismo que en aquella época nos hizo mucho daño.
Por eso en La Línea desconfiamos tanto cuando ahora escuchamos lo de la “prosperidad compartida...”.
Aquella decisión rompió la vida de miles de linenses que tuvieron que marcharse.
Ya saben, aquello de que “vaya donde vaya hay gente de La Línea” a veces tiene su explicación, y no es solo porque seamos unos ‘cardeosos’.
La Línea ha sido desde entonces una reivindicación. Todos hablan de una nuestra situación peculiar. Todos, sin solucionas, dicen que “somos un problema de Estado”.
Todos hablan desde muy lejos, la mayoría sin saber, haciendo fácil y “gracioso” aquello del “Gibraltar Español” como si la única solución fuese cerrar otra vez esa frontera.
Por Madrid y por Sevilla han pasado Gobiernos de toda ideología y colores, con buenas palabras pero con pocas soluciones para La Línea.
Por eso, en esta ciudad, hemos tenido que ponernos un escudo. Somos nosotros quienes defendemos lo nuestro, quienes sabemos del Cachón “padentro” todo lo se cuece aquí. Y además es que hasta preferimos defendernos nosotros mismos.
La Línea es una reivindicación de Estado pero, en realidad, es una reivindicación de todos y cada uno de nosotros.
La Línea es “española y gaditana”, pero nosotros no somos de Cádiz, que también.
Nosotros no somos del Campo de Gibraltar, que por supuesto también.
Nosotros somos de La Línea. No encontramos un motivo de orgullo más grande, que pisar cualquier rincón del mundo y decir a boca llena, ¿yo? De La Línea de la Concepción. Y en La Línea somos como usted está viendo, no como le hacen creer que somos.
Porque el de La Línea es así. Tiene agallas para sacar la cara por su pueblo sea donde sea y cueste lo que cueste.
Se emociona cuando la tele o la radio nos saca para cosas bonitas: para hablar de nuestra feria, de nuestros bares, de nuestra gastronomía, de la Balona, de nuestros proyectos de futuro que empezamos a tenerlos, de nuestras playas o de nuestro arte. Porque somos una ciudad con mucho arte.
Miren, no existen personas en el mundo con el arraigo que tenemos los linenses a nuestra ciudad.
Y además en La Línea se da una circunstancia absolutamente peculiar: es La Línea la que nos hace ser a los linenses de la manera que somos.
Es La Línea la que nos hace ser ligeritos de bolsillos hasta gastarnos el último céntimo de nuestras carteras para sentarnos en la terraza de un bar.
La que hace que los domingos las calles sean un desfile de bandejas de pasteles; la que hace que nuestra Velada y Fiestas – aunque pasen los años - siga siendo la Salvaora.
Es La Línea la que hace que, aunque vayamos a ver cualquiera de las maravillas del Mundo, sintamos siempre nostalgia de sus calles y de sus gentes.
Su entrada por el Higuerón con el Peñón de Fondo y el azul del mar de levante. Esa Atunara llena de Volaores en una tarde de verano.
Esa Línea en la que el sol brilla con más fuerza que en ningún otro sitio un domingo rociero. Esa Plaza de la Iglesia una noche de agosto con sus terrazas llenas y la Inmaculada como testigo.
Ese miércoles de Medinaceli. Ese olor a pulpo asado en la mañana de un sábado de Cabalgata. Ese despertar en un 8 de diciembre cuando sabemos que vamos a ver a nuestra Patrona salir por las puertas de su Santuario.
Esa tarde de domingo viendo a nuestra Balona.
Es un paseo por las callejuelas del barrio de San Pedro, es la libertad de ver el mar desde el Conchal. Es un terrenito
en el Zabal, es una familia trabajadora de los Junquillos, es una casita baja de Periañez...
La Línea no se concibe sin sus patios ni tampoco sin sus huertos. La Línea no se percibe sin su lucha, sin los sueños de los linenses.
Y es que llevamos toda la vida soñando: cuando no éramos un municipio independiente, luchamos por serlo. Y lo conseguimos.
Porque no solo nos define lo de ser un pueblo alegre, feliz, cardeoso y que vive en la calle.
La Línea de la Concepción es, desde antes incluso de llamarse así, un pueblo que se levantó a base de trabajo.
Somos un pueblo con gente muy arraigada a lo nuestro; de gente muy alegre y que vive en la calle; y sobre todo de gente muy trabajadora, que nunca ha desperdiciado ninguna forma honrada de ganarse la vida.
Cuando no teníamos quien nos marcara nuestras directrices, levantamos un simple poblado marinero y sin desarrollo urbanístico y nos convertimos en una ciudad referente por su riqueza y por su economía. Cuando nos cerraron la frontera, soñábamos con lanzarnos besos más allá de hacerlo a través de una Verja.
Y cuando abrieron la Verja, soñamos con volver a ser lo que fuimos.
La Línea lo ha conseguido todo a base de sueños pero también a base de esfuerzo y mucho sufrimiento.
Esfuerzo de generaciones de linenses que han puesto con su trabajo y talento la base de los que somos.
En los últimos años, la ciudad ha despertado. Seguramente tan solo sea porque la aritmética de la política nos ha situado en una situación de privilegio que jamás habíamos vivido. Pero estamos despertando.
La Línea es una ciudad de futuro y con futuro. Conseguirlo solo será posible si nos unimos, peleamos por lo nuestro y alzamos la voz contra viento y marea.
La identidad de La Línea de la Concepción está profundamente marcada por su poder de supervivencia.
La historia de La Línea de la Concepción es un reflejo de su espíritu indomable y su capacidad para reinventarse. Es una historia de resiliencia y de adaptación.
Que su ejemplo nos inspire a los linenses a valorar nuestras propias raíces y a construir un futuro como el que nos merecemos y se merecen las nuevas generaciones.
Una vez escuché que un pueblo sin memoria no tiene futuro. Supongo que una persona sin ella, tampoco lo tiene.
Llegó la hora de La Línea. ¿Queremos ser espectadores o protagonistas?
Tenemos que hacer un doble esfuerzo para transmitir nuestra historia, nuestros valores, nuestros problemas, nuestros anhelos y combatir con esa imagen distorsionada que algunos se empeñan en mostrar.
Yo lo tengo claro. Quiero que mi hijo Miguel viva, el día de mañana, en esta ciudad que tiene un futuro esplendoroso. Que aquí forme su familia. Que vea a La Línea como una oportunidad y no como un problema.
Quiero que Miguel no tenga temor alguno al decir que es linense y que lleva con honra su amor por la Balona; que no se avergüence nunca de sus orígenes ni de sus raíces y que no haga caso a esa esa realidad paralela en la que insisten, cuando lo que somos realmente es una ciudad maltratada desde hace años.
Quiero que mi hijo conviva con esa generación de jóvenes con talento (que los hay en La Línea) y que cada día hacen mejor a esta ciudad, desde una apuesta clara y decidida por la formación y por la educación. A esos jóvenes les digo que “Somos dueños de nuestro futuro”.
Quiero que Miguel esté orgulloso de una ciudad que se mira y descubre que cada día es mejor. Una ciudad moderna, una ciudad amable, una ciudad nobleza de
corazón y hospitalaria. Una ciudad con gente de la que ya no queda.
Quiero que mi hijo saque el orgullo y la valentía para gritar al mundo con humildad quiénes somos los de La Línea.
Esa ciudad que queremos, por la que luchamos, repleta de oportunidades, a la que los linenses defendemos con pasión.
El futuro es para los intrépidos, el futuro es para los temerarios, el futuro es para los linenses y para los que creen en una ciudad como La Línea.
Feliz 20 de julio.
Viva La Línea de la Concepción!!! Muchas gracia
Juan Manuel Dicenta
En la radio desde el año 1981, comenzó en los...