Barrios de paso

Córdoba

Vivo en un barrio que todavía es barrio. Está a las puertas del centro, pero lo suficientemente lejos como para que el bar de toda la vida siga sirviendo medios y no cafés de especialidad. Últimamente, sin embargo, han aparecido candados con combinación en las rejas de algunas ventanas y sospechosos folletos de supuesta gente que quiere comprar una vivienda por la zona. Una vivienda, de tantas que todavía hay, condenada a convertirse en un lugar de paso ocupado por alguien que no va a estar ahí para prestarte una escalera o darle una vuelta a tu gato cuando te vas el finde.

Las estadísticas dicen que Córdoba esta todavía muy lejos del problema de turistificación que sufren otras ciudades vecinas. Estoy de acuerdo, pero no es menos preocupante su avance por ser lento porque es constante. Aquí, en los márgenes del Casco, todavía se está viviendo, pero en la zona que llaman 'tensionada' no paran de brotar como setas negocios que no están pensados para quienes habitamos la ciudad: supermercados express con precios abusivos, lockers para dejar las maletas, esa famosa tienda con una vaca en la puerta. Son las migas de pan que va dejando por el camino este proceso, y no podemos hacernos los sorprendidos porque ya nos lo han contado los vecinos de las otras ciudades. Los que vieron sus barrios convertidos en dormideros de visitantes y ya no son capaces de dar con un sitio donde arreglarse una cremallera.

Me da vértigo pensar en qué puede convertirse mi barrio en unos años, y lo que es peor, que sean mis propios vecinos quienes lo hagan posible. Mientras el problema del acceso a la vivienda se corona como principal preocupación para mucha gente, otra gente ha abrazado el rentismo como modo de vida. Hemos normalizado que los que tienen pisos los alquilen a turistas para poder pagarse otros pisos y alquilarlos también para reformar un bajo comercial sin ventanas y hacerlo pasar por una casa. Son colaboradores necesarios para que un derecho consagrado en todos los textos por los que debería regirse nuestra convivencia se convierta en una estafa piramidal que dilata las desigualdades y estrangula el futuro de muchos. Y no eximo de responsabilidad a los poderes públicos que ya deberían haberse encargado de ponerle coto, pero a los que mercadean con la vivienda como si fuera un capricho, a esos pequeños especuladores domésticos, les deseo que un día necesiten una ferretería y solo encuentren un bubble tea.