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Política

Dios y el sofrito en «Una de cal y otra de vizcaína», de Marcos Martínez

«El anzuelo estaba echado. Llegó el momento. Se acercó y me dijo con voz tranquila: "si sigues mirando abajo, no Lo verás. Dios está arriba"»

Marcos Martínez / Radio Morón

Una de cal y otra de vizcaína

03:07

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Morón de la Frontera

Me desperté alguna que otra noche del mes pasado dándole vueltas a algo que había leído. Era una frase que había escrito Juan José Millás, y que decía: «En el principio, era el Caos. Y Dios, hizo el sofrito». Ya se me podía haber ocurrido a mí esa genialidad. El pasado fin de semana asistí a una escena que, de nuevo, me puso a darle vueltas a la cabeza. Les pongo en situación: paseaba por Santiago. Los peregrinos se acumulaban en la Plaza del Obradoiro. Algún que otro grupo entraba cantando y bailando, mostrando su alegría por haber culminado el famoso Camino de Santiago. Había algunos peregrinos solitarios, otros en pareja, pero la mayoría formaba grupos sentados en el suelo, en corros.

Lo particular que tenían estos corros es que no hablaban. Todos estaban en silencio mirando el móvil. Estaba situado junto a uno de esos grupos, observando la fachada de la catedral, cuando un tipo atrajo mi atención. Era un hombre de unos treinta y tantos años, un tanto desaliñado, con barba de unos días, que se acercaba a cada uno de esos corros, y a todo el que estuviera mirando el móvil, le decía algo. Estuve mirándole un rato. Parecía que llevaba un orden para no dejarse a nadie atrás. La curiosidad me pudo, así que cuando estuvo cerca de mí, cogí el móvil y empecé a mirarlo. El anzuelo estaba echado. Llegó el momento. Se acercó y me dijo con voz tranquila: «si sigues mirando abajo, no Lo verás. Dios está arriba».

Aquello me hizo recordar la frase de Juan José Millás, y entonces pensé que, quizá, Dios estaba usando a estas personas para dar Su mensaje, como si fueran los nuevos evangelistas. O... ¡a ver si era una señal para mí, para que dejara de ser una oveja descarriada! De vuelta al hotel, en el autobús, dos chicas se sentaron en asientos reservados para las personas mayores y embarazadas. Unas paradas más adelante, un abuelillo se colocó junto a ellas de pie, cogido a la barra. Las chicas miraban el móvil, no levantaban la cabeza. No podían ver a Dios, ni ceder sus asientos.

 
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